· 

Selección de microrrelatos

Ángel Olgoso

 

 

 

CONJUGACIÓN

 

Yo grité. Tú torturabas. El reía. Nosotros moriremos. Vosotros envejeceréis. Ellos olvidarán.

 

 

 

 

ESPACIO

 

Escribí un relato de tres líneas y en la vastedad de su espacio vivieron cómodos un elefante de los matorrales, varias pirámides, un grupo de ballenas azules con su océano frecuentado por los albatros y los huracanes, y un agujero negro devorador de galaxias.

 

Escribí una novela de trescientas páginas y no cabía ni un alfiler, todo se hacinaba en aquella sórdida ratonera, había codazos y campos minados, multitudes errantes que morían y volvían a nacer, cargamentos extraviados, hechos que se enroscaban y desenroscaban como una tenia infinita, los temas eran desangrados a conciencia en busca de la última gota, no prosperaba el aire fresco, se sucedían peligrosas estampidas formadas por miles de detalles intrascendentes, el piso de este caos ubicuo y sofocador estaba cubierto con el aserrín de los mismos pensamientos molidos una y otra vez, los árboles eran genealógicos, los lugares, comunes, y las palabras pesados balines de plomo que se amontonaban implacablemente sobre el lector agónico hasta enterrarlo.

 

 

 

 

LA MELANCOLÍA DE LOS GIGANTES

 

Sin compasión, hunde la hoja de su arma en el centro de mi cuerpo indefenso. No hubo provocación alguna por mi parte. Una ira ciega alienta cada tajo, cada incisión arbitraria y salvaje de la carne. Los míos dijeron que no opusiera resistencia, que ello involucraría a los demás en nuevos peligros. Él, mientras tanto, profundiza la herida. Qué puedo hacer yo ante quien contraría de ese modo la ley natural sino sentir una vaga tristeza y esperar aquí, bajo el camino de estrellas, la bárbara amputación final, el momento en que me desplome sin más quejidos que los de mis frondosas ramas al golpear agonizando contra el suelo.

 

 

 

 

SAMSARA

 

Soy un ñu. Me persiguen, incansables, las hienas. Siento el primer mordisco y los ataques sucesivos. Mientras me están comiendo vivo y se acercan ya buitres y carabús, en el instante exacto de la muerte, me deslizo inexplicablemente dentro del cuerpo de una india tolteca que va a ser inmolada en el altar de los sacrificios. Muero y vuelvo a revivir en las formas de un condenado ante un pelotón centroeuropeo de fusilamiento. Esta es una situación, huelga decirlo, deprimente. Una vez pasada la ilusión de la novedad, el ciclo de las reencarnaciones —arbitrarias, maliciosas, extemporáneas— se convierte en un estigma insoportable. Abismado en este perpetuo vórtice, apenas he conocido el esparcimiento. Fui, sin ir más lejos, peón en las Pirámides, en la Gran Muralla, en Machupichu y en la Basílica de san Pedro. No es gratuito afirmar que, a estas alturas, mi conciencia y mis miembros se hallan en un estado de escarnecimiento y extenuación indecibles. Ahora, aquí, en esta taberna turística ecuatorial, arrojo mis mudas zozobras justo sobre vuestras cabezas: soy ese cocodrilo que cuelga del techo y os mira.

 

 

 

 

PERSPECTIVA

 

En la habitación del hospital el padre contempla, por primera vez y con infinita dulzura, a su hijo recién nacido. Es hermoso, de una inocencia irradiadora, rozagante. El padre nota cómo una corriente de júbilo asciende desde algún lugar de su interior y amenaza con desbordarse y reventar cada grieta hasta que levanta un poco los ojos y ve, bajo el techo, levitando pacientemente, con esos acerados destellos de sus filos, cientos de espadas de Damocles que cuelgan justo sobre el cuerpecito de su hijo. Vuelve la cabeza hacia su mujer y sabe al instante que ella lo sabe, pero ninguno dice nada.

 

 

 

 

OBCECACIÓN

 

El lavador de arenas auríferas se afana enérgicamente con la pala y el cedazo, canaliza el agua, escarba a conciencia en el lecho del río, silba, canturrea gozoso, preso de una actividad efervescente, ajeno a la ausencia inequívoca y absoluta de oro, de palas, de cedazos, de río y de agua en el desolado centro de aquella remota estepa desértica.

 

 

 

 

DANZA  DE  ESPADAS

 

Tras blandir su espada flamígera contra Adán y Eva, el ángel del Paraíso la hunde en la roca dispuesta expresamente para que el rey Arturo, más tarde, desclave Excalibur. Esta torpeza del ángel, su imprecisión cronológica y topográfica, desencadena deplorables espectáculos: la espada Muérdago —única que puede hacerlo— no acierta a matar al gigante Balder, para regocijo del monstruo; la espada que pende sobre la cabeza de Damocles, sostenida solo por una fina crin de caballo, se precipita fatalmente; Roldán no encuentra por ningún lado su espada Durandarte y, pese a la previsible humillación, se defiende a bofetadas del enorme ejército que lo reduce al instante en los Pirineos; a falta de la mágica y temible espada que perteneció a su padre, Sigfrido se esfuerza en atravesar al dragón Fafnir con una Tizona de plástico, lo cual le acarrea no pocas burlas del gremio de animales mitológicos; y lo que es peor, no llega a mis manos ese as de espadas que necesito desesperadamente para ganar el juego en el que, esta noche, he apostado mi vida.

 

 

 

 

LAMELIBRANQUIOS

 

Eres buscador de perlas en un mar subtropical. Buceas hoy a mayor profundidad, más allá de la barrera del arrecife de coral. Anémonas. Blenios dentados. Anguilas-jardín. Erizos. Peces arlequines. Bosque de quelpos. Descubres regocijado un vastísimo criadero natural. Semienterradas en el fondo limoso, las conchas cubren por entero la pradera submarina. Blandes el cuchillo, lo introduces con habilidad entre los bordes sellados de uno de los moluscos bivalvos y haces palanca. Contemplas entonces atónito, a través de la turbia luz, el sexo femenino que se aloja en su interior, su palpitante morfología venusina, sus labios abultados, el vello crespo sombreando el contorno, su fresita retráctil, sus repliegues de cresta de gallo, ababosados, salidizos, pultáceos. Abres otra concha. Y otra. En aquel delirante criadero de las profundidades, acunados por las aguas madres, todos los lamelibranquios cobijan un sexo con vida propia, encarnado, de contacto mucilaginoso, ciliado, como un pequeño hocico mostachudo y acuoso. Incrédulo aún, sientes cierto escalofrío cuando alcanzas a calibrar la peculiaridad del lugar.

 

 

 

 

MACAO

 

Llueve. Llueve a cántaros. Llueve a cántaros sobre nuestra ciudad. Llueve a cántaros sobre nuestra ciudad como nunca antes se ha conocido. Los cántaros, con un estrépito ensordecedor, disonante, apocalíptico, se hacen añicos en los tejados, la calzada, las aceras. En instantes, el seco diluvio de pesadas vasijas voladoras ha oscurecido el día como un eclipse táctil y mortífero, causando destrozos sin cuento. Las bajas entre los desprevenidos y aterrorizados transeúntes son ya incalculables.

 

 

 

 

LA DERROTA

 

 

Para qué huir de ella. No puedes guardarte ni escapar. Antepone tu persecución a toda otra idea. Más pronto o más tarde, a la menor oportunidad, te atrapará. Con paso poderoso, como una sombra leonada, buscará hasta encontrarte. De nada te sirven la Capa de Invisibilidad y su caperuza cubierta de rocío, las Botas de Siete Leguas con las que corres treinta y dos veces más rápido que el más veloz de los hombres, la Hierba de Glauco que  hace saltar las cerraduras de todas las puertas, el Tapete de Rolando que te permite convocar cualquier alimento que desees, la Flor Mágica capaz de colorear y perfumar cada una de tus desdichas. De nada te servirán cuando ella —ávida, arrogante, burlona— cierre los caminos y te cerque con infalible celeridad. Puede que llegue sin aliento —es vieja y seca—, que su jadeo delate lo agotador de la incesante tarea que la ocupa desde siempre, pero no puedes albergar dudas sobre el desenlace.

 

 

 


Ángel Olgoso

 

Ángel Olgoso (Granada, 1961) es uno de los autores de referencia del relato en castellano. Ha publicado cerca de una veintena de libros de relatos, un poemario, un libro ilustrado y una miscelánea de no ficción. Ha obtenido treinta premios y relatos suyos se han incluido en setenta antologías del género. Es fundador del Institutum Pataphysicum Granatensis y miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. Ha sido traducido a numeroso idiomas.