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El túnel revisitado

Carmen Anisa

 

 

 

Existen célebres asesinos en la historia de la Literatura. Asesinos cuyos tormentos ocupan una extensa novela, o se ciñen al número de palabras que puedan caber en la página de un periódico. Recuerdo al demencial asesino de «El corazón delator», de Poe, y en el lado opuesto, a Raskólnikov, ese espíritu atormentado que creó Dostoievski. 

 

Hay asesinos que matan en un arranque de furia, como el protagonista del relato «Un asesinato» de Chéjov. Otros asesinos son limpios, cordiales, sin remordimiento alguno, como el «Tom Ripley» de Patricia Highsmith, con el que el lector corre el riesgo de sentirse identificado. Y no olvidemos a nuestro Pascual Duarte, para quien la sangre era «el abono de su vida» y cuyo comportamiento, según retrata Cela, se veía determinado por un mundo rural pobre, cruel y embrutecido. 

 

Los crímenes llamados «pasionales» ocupan un lugar especial en la literatura. Recordemos el poema «Una mártir. (Sobre el dibujo de un maestro desconocido)», de Baudelaire. A pesar de sus notas de necrofilia, este poema no fue censurado en 1857, como sí lo fueron otros en los que aparecía el tema del lesbianismo. En el dibujo al que se refiere Baudelaire, aparece una mujer asesinada. El cadáver reclina su cuerpo en un sillón, mientras que su cabeza descansa sobre una mesita de noche. Y el poeta concluía con estos versos: 

 

Ton époux court le monde, et ta forme immortelle

Veille près de lui quand il dort;

Autant que toi sans doute il te será fidèle,

Et constant jusqu’ á la mort.

 

Ella sería siempre fiel; y su esposo, el asesino, también le guardaría fidelidad hasta que llegara su propia muerte.

 

 

 

 

UN VIAJE EN EL TIEMPO A TRAVÉS DE 'EL TÚNEL'

 

El túnel, de Ernesto Sábato, se publicó en Argentina en 1948. La acción se desarrolla en 1946, cuando en Europa se vivía una dura posguerra. Era la época de la filosofía existencialista, con su carga de pesimismo y desesperanza. Y en ese contexto la novela de Sábato triunfó. 

 

El tiempo resulta implacable con las obras literarias. Los grandes éxitos pueden convertirse en obras menores. En cambio, hay libros que regresan del olvido y no nos abandonan nunca. El túnel es una novela bien escrita, impecable en su lenguaje y en su estructura. Su protagonista, Pablo Castel, es un personaje atormentado, un «loco», según las palabras del propio Sábato. Tanto Castel como María Iribarne eran prototipos heredados del Romanticismo. Él representaba el espíritu demoníaco y satánico; ella era, a la vez, la mujer ángel –capaz de redimir– y la mujer demonio.

 

La mayor parte de la acción se desarrolla en calles y plazas de Buenos Aires. Es la ciudad de encuentros y desencuentros, la ciudad por la que Castel camina, desde los barrios burgueses, hasta los antros más inmundos. Tampoco faltará un lugar donde se escuchen tangos: «Entré en el café Marzotto. Supongo que ustedes saben que la gente va allí a oír tangos, pero a oírlos como un creyente en Dios oye La pasión según San Mateo».

 

 

 

 

NADIE ME ENTIENDE. TODO ES VANIDAD

 

Al comienzo de la novela, Juan Pablo Castel, el narrador en primera persona, nos informa de que ha matado a María Iribarne, «la única persona que podía entenderle». Castel es un famoso pintor, un artista cultivado, que abomina de la élite intelectual. Tiene treinta y ocho años. Su víctima tenía solo veintiséis, «pero existía en ella algo que sugería edad, algo típico de una persona que ha vivido mucho». 

 

Nadie lo comprende, ni los críticos de arte, ni los psicoanalistas («esa gentuza») que le persiguen. Él mismo parece jugar con un velado complejo de Edipo, aunque la madre solo aparece como un recuerdo lejano. Ni siquiera ella era perfecta del todo, pues él descubría «en sus mejores acciones un sutilísimo ingrediente de vanidad o de orgullo».

 

La historia se mueve entre dos revelaciones. La primera sería esperanzadora. Castel expone un cuadro, titulado Maternidad, del que solo sabremos que tenía una ventanita, algo que pasaría desapercibido para los críticos. Sin embargo, una mujer, María Iribarne, se detiene ante el cuadro y mira fijamente hacia aquella ventanita, a través de la que «se veía una escena pequeña y remota: una playa solitaria y una mujer que miraba el mar»:

 

Era una mujer que miraba como esperando algo, quizá algún llamado apagado y distante. La escena sugería, en mi opinión, una soledad ansiosa y absoluta.

 

A partir de ese instante comienza la obsesión del protagonista por encontrar a la mujer que miraba el cuadro. Con una prosa delirante, Pablo Castel no da tregua alguna a los lectores. En ese ir y venir de una mente enloquecida, su «pensamiento era como un gusano ciego y torpe dentro de un automóvil a gran velocidad». En otra ocasión nos dice: «Mi cerebro es un hervidero, pero cuando me pongo nervioso las ideas se me suceden como en un vertiginoso ballet».

 

Pablo Castel se convierte también en el prototipo de personaje de novela existencial. La humanidad le parecía «siempre detestable», si bien llegó a querer de manera aislada a algunos seres humanos: «Quiero hacer constar que no me enorgullezco de esta característica: sé que es una muestra de soberbia y sé, también, que mi alma ha albergado muchas veces la codicia, la petulancia, la avidez y la grosería».

 

 

 

 

POSEÍDO POR UNA DECISIÓN VIRIL

 

Meses después, en la calle, Castel encuentra por fin a María. Es el comienzo de una relación plagada de interrogatorios, de medias verdades y de agresividad. Ella finge no saber nada de la ventanita y se muestra asustada, pero después confiesa que la recuerda «constantemente». En este primer encuentro, Castel «agarra de brazo» a María; y al día siguiente decide abordarla en la entrada de la oficina donde ella trabaja:

 

Me sentía fuerte, estaba poseído por una decisión viril y dispuesto a todo. Tanto que la tomé de un brazo casi con brutalidad y, sin decir una sola palabra, la arrastré por la calle San Martín en dirección a la plaza. Parecía desprovista de voluntad; no dijo una sola palabra.

 

Ella no ofrecía resistencia porque, al fin y al cabo, él era alguien superior, un «gran artista». En el diálogo, tras decirle que ella siente como él, Pablo Castel afirma en un alarde de retórica demencial: «No sé qué piensa y tampoco sé lo que pienso yo, pero sé que piensa como yo». 

 

 

 

 

MARÍA, LA MUJER ÁNGEL O DEMONIO

 

Para Castel, «alrededor de María existían muchas sombras». Para los lectores María también estará rodeada de sombras. Nunca llegaremos a saber cuál es su culpa, cuáles son sus motivaciones. Esta intriga, estos espacios en blanco, buscan infundir en el lector las mismas dudas del protagonista: «algo habrá hecho».

 

Los personajes que rodean a María contribuyen a crear una confusión mayor: el marido ciego, el vago recuerdo de unos primos; Hunter, «mujeriego y cínico», y Mimi Allende, dos prototipos de cartón piedra. Castel se encuentra con ellos cuando va a visitar a María en su hacienda de la playa. «Hunter es un abúlico y un hipócrita». Mimi era «malvada y miope», fumaba con una «boquilla larguísima» y tenía acento francés. Los dos eran unos «frívolos», como demuestran en su conversación sobre pintura y literatura.

 

María, a través de sus cartas, alimenta la obsesión de Castel: «Mis ojos encuentran tus ojos. Estás quieto y un poco desconsolado, me miras como pidiendo ayuda». En los siguientes encuentros, en las calles de Buenos Aires, Castel continúa con los interrogatorios:  

 

Ella no respondía. Le estrujé el brazo. Gimió. 

—Me haces mal, Juan Pablo —dijo suavemente. 

 

Comienzan a verse todos los días y «llegan a la unión física», lo que para Castel es «una garantía de verdadero amor». Pero a nuestro «celoso patológico»: «el amor físico le perturbó más, trajo nuevas y torturantes dudas»:

 

A veces me acometía un frenético pudor, corría a vestirme y luego me lanzaba a la calle, a tomar fresco y a rumiar mis dudas y aprensiones. Otros días, en cambio, mi reacción era positiva y brutal: me echaba sobre ella, le agarraba los brazos como con tenazas, se los retorcía y le clavaba la mirada en sus ojos, tratando de forzarle garantías de amor, de verdadero amor.

 

Pablo Castel no deja de advertir a María de lo que pueda pasarle: 

 

–Si alguna vez sospecho que me has engañado –le decía con rabia– te mataré como a un perro.

 

Después de gritarle «puta» en una discusión, Castel la besa, llora, le pide perdón. Y como ella se tranquiliza y parece alegre, el amante sospecha, porque «ninguna mujer podría volver tan pronto a la alegría, a menos de haber cierta verdad en aquella calificación».

 

 

 

 

LA SEGUNDA REVELACIÓN

 

Ahogado por las dudas, Castel «se deja acariciar por la tentación de suicidio», se emborracha, busca pelea, y acaba en la cama con una prostituta, la más degradada. Es el momento de la revelación definitiva:

 

La expresión de la rumana (es en este momento cuando nos enteramos del origen de la prostituta) se parecía a una expresión que alguna vez había observado en María. 

—¡Puta! —grité enloquecido, apartándome con asco—. ¡Claro que es una puta!

 

Tras una violenta escena con la mujer, Castel intenta ordenar sus ideas, a partir de unas palabras clave: «rumana, María, prostituta, placer, simulación». Y, con un particular silogismo, Castel concluye: «María y la prostituta han tenido una expresión semejante; la prostituta simulaba placer; María, pues, simulaba placer; María es una prostituta».

 

 

 

 

DEL MELODRAMA A LA COMEDIA DE SALÓN

 

Para las situaciones más melodramáticas, Sábato elige como escenario la hacienda de los Hunter, entre el campo y el mar. Una tarde, en un acantilado, con «un furioso batir de olas abajo» María le confiesa lo que sintió al ver la ventanita del cuadro: «sentí que eras como yo y que también buscabas ciegamente a alguien». Y Castel, como una evocación del Nevermore del poema «El cuervo» de Poe, escribe:

 

Sentí que ese momento mágico no se volvería a repetir nunca. «Nunca más, nunca más», pensé, mientras empecé a experimentar el vértigo del acantilado y a pensar qué fácil sería arrastrarla al abismo, conmigo.

 

Castel destruye con un cuchillo sus cuadros y, en especial, la ventanita. La escena con la prostituta le ha revelado que María y él no eran dos túneles paralelos que llegan a encontrarse: «en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juventud, toda mi vida». 

 

Después, con el cuchillo viaja hasta la hacienda. La escena del crimen está tratada con el mejor tono melodramático de un serial de radio. En la ambientación no falta el paisaje gótico–romántico con truenos, relámpagos vendaval y fuerte lluvia. Castel se acerca a la cama de su víctima que, todavía despierta, le pregunta «tristemente»: «¿Qué vas a hacer, Juan Pablo?». 

 

–Tengo que matarte, María. Me has dejado solo.

Entonces, llorando, le clavé el cuchillo en el pecho. Ella apretó las mandíbulas y cerró los ojos y cuando yo saqué el cuchillo chorreante de sangre, los abrió con esfuerzo y me miró con una mirada dolorosa y humilde. Un súbito furor fortaleció mi alma y clavé muchas veces el cuchillo en su pecho y en su vientre.

 

Después del crimen, Castel regresa a Buenos Aires y se dirige a la casa de Allende para informarle, en primer lugar, de que María tenía muchos amantes; y, en segundo lugar, de que ya no podría engañar a nadie. Allende, ciego, persigue inútilmente a Castel por toda la sala, mientras grita la palabra «Insensato», más propia de una comedia de salón que de un melodrama, en el que Allende habría gritado «¡Asesino!”» 

 

Es difícil escribir una novela con unos materiales ya tratados por la tradición tanto culta como popular. Los lugares comunes solo pueden adquirir grandeza literaria a través del estilo.

 

 

 

 

LA RATA VIVA

 

La imagen de una rata viva recorre toda la novela desde el comienzo: «Que el mundo es horrible, es una verdad que no necesita demostración», aunque la historia de la rata lo demuestre todo. Para explicarle a María por qué su obra es ahora más profunda vuelve a contar la misma historia de angustia existencialista: 

 

No sé, todo esto tiene algo que ver con la humanidad en general ¿comprende? Recuerdo que días antes de pintarla había leído que en un campo de concentración alguien pidió de comer y lo obligaron a comerse una rata viva. A veces creo que nada tiene sentido. En un planeta minúsculo, que corre hacia la nada desde millones de años, nacemos en medio de dolores, crecemos, luchamos, nos enfermamos, sufrimos, hacemos sufrir, gritamos, morimos, mueren y otros están naciendo para volver a empezar la comedia inútil.

 

Más tarde al analizar sus sentimientos, advierte un nuevo sentimiento acerca de María. Ella representa también algo que se come cuando no se tiene otra cosa:

 

Había empezado a serme indispensable (…) para convertirse más tarde, una vez que el temor de la soledad absoluta ha pasado, en una especie de lujo que me enorgullecía, y era en esta segunda fase de mi amor en que habían empezado a surgir mil dificultades; del mismo modo que cuando alguien se está muriendo de hambre acepta cualquier cosa, incondicionalmente, para luego, una vez que lo más urgente ha sido satisfecho, empezar a quejarse crecientemente de sus defectos e inconvenientes. 

 

 

 

 

OBRA DE PESIMISMO Y DESESPERANZA O LA HISTORIA DE UN FEMINICIDIO

 

En 1977, la editorial Cátedra publicó una edición de El túnel, a cargo de Ángel Leiva. En la introducción, Leiva escribía:

 

Sábato, pensador preocupado por escarbar existencialmente su contemporaneidad humana, enfatiza en El túnel la desesperanza, la incomunicación y la soledad del hombre instalado en las ciudades.

 

En un reportaje de 1963, Sábato hablaba de que la idea inicial era describir el drama de la soledad y de la incomunicación. Pero el personaje lo hacía desviarse de ese tema central, «para "descender" a preocupaciones casi triviales de sexo, celos y crimen». Sábato comprendió, más tarde, por qué sucedía esto: «Los seres humanos no pueden representar nunca las angustias metafísicas al estado de puras ideas, sino que lo hacen encarnándolas, oscureciéndolas con sus sentimientos y pasiones». De este modo, «la desesperación metafísica» del personaje, «se transforma en celos».

 

 Cuando le preguntaron por el significado del crimen final, Ernesto Sábato respondió:

 

Podría ser que al matar a su amante, Castel realiza un último intento de fijarla para la eternidad. Aunque también se me ha dicho que es un último y catastrófico intento de poseerla en forma absoluta; señalándoseme que la mata a cuchilladas en el vientre, no con revólver ni estrangulándola. Puede ser, es una hipótesis significativa. En todo caso, no vacilé un solo instante en el momento del crimen, no pensé en ningún otro medio que el del cuchillo. Yo escribí ese fragmento, creo, con la misma rapidez instintiva y hasta con la misma pasión con que Castel comete su crimen.

 

Han pasado muchos años de estas declaraciones, y el mundo ha cambiado. Y también el lenguaje. Desde el año 2014, la Real Academia Española, incluye en el diccionario la palabra «feminicidio», con esta definición: «asesinato de una mujer a manos de un hombre por machismo o misoginia». Las citas extraídas de la novela hablan por sí mismas. Quizás necesitaríamos nuevas lecturas de El túnel y nuevas introducciones para que la obra se mantuviese viva. Así veríamos la novela, en primer lugar, como el retrato psicológico de un maltratador, un psicópata narcisista y un celoso patológico. Y María, la víctima, nos enseñaría, como una Caperucita Roja, que desconfiemos de quienes confiesan amores absolutos; y si, además, son capaces de retorcerte el brazo cada cuatro o cinco páginas, lo mejor es salir huyendo.

 

 

 


Carmen Anisa

 

Carmen Anisa es profesora de Lengua y Literatura en un instituto de Lucena, Córdoba. Ha obtenido diversos premios literarios, como el premio a la mejor obra teatral de autor andaluz, con Foto familiar (2001), en el Concurso Nacional de textos teatrales Luis Barahona de Soto. Ha colaborado en presentaciones literarias, jornadas culturales o catálogos de exposiciones. Desde 2011 escribe en su blog De nada puedo ver el todo, y también publica reseñas en la revista digital Tendencias 21.