· 

8 Microrrelatos

Gabriela Aguilera Valdivia

 

 

 

JUEGO DE MANOS

 

Quizás de villanos. Estar así, rozar con intención un dedo en el acto rutinario de pasar un plato en medio del almuerzo familiar, luego los ojos, uno en uno. Entonces un tocarse en secreto, la línea del mantel como frontera de la escena, ese punto en que los comensales, suegros, cuñados, cónyuges, sobrinos, hijos, no ven, y menos imaginan que hay dos manos batallando una caricia.

 

Más tarde, la suerte maldita de tener un momento a solas, apenas un instante que no saben cuánto durará, ese tiempo justo en que por arte de magia los otros no están presentes, la suavidad de la tarde envolviéndolos, la algarabía de los pájaros en el crepúsculo, el rumor de los almendros y las manos, los dedos, las palmas pueden ahora hallarse enteras sobre la rugosidad de un banco de madera, reconociéndose, espejo una de la otra, una contra otra y entonces ya no evitan el contacto y la pasión sube hasta las bocas que, estremecidas, inician la lucha de labios y lenguas y dientes, en un beso culpable de villanos crueles.

 

 

 

  

TÉNGASE PRESENTE

 

Seré un montículo de cenizas y desearé quedarme detenida en tus labios, cautiva en tu lengua, prisionera en tu garganta. Querré ser condenada a permanecer en ti, cuando despojada de cuerpo, se levante la brisa y me haga volar hasta tu boca, obligándote a engullirme.

 

 

 

 

FRONTERAS DEL TERRITORIO

 

A las mujeres prisioneras en Venda Sexy

 

Mi cuerpo empieza donde tus dedos lo acarician, responde a tus manos con la perfección de la palabra. Mi cuerpo se abre para recibirte, darte espacios, sumarse a tus movimientos. Mi cuerpo era con el tuyo y así estaba previsto en una historia de destinos que venía desde el silencio.

 

Mi cuerpo termina ahora, en esta habitación tan grande como el silencio de donde venía nuestra historia de destinos. Termina ahora mismo, cuando me tocan manos que no puedo ver porque tengo los ojos vendados. Alguien me obliga, me hiere penetrándome con la fuerza del vencedor. Mi cuerpo está hecho jirones y el dolor es extenso porque no hay fronteras para el horror. Mi cuerpo cercado es ahora un territorio de guerra.

 

Los invasores marchan sobre él.

 

 

 

 

EL BAÑO

 

En memoria de Carlos y Uberlinda, mis abuelos

 

Allá va el vestido, cayendo despacio desde los hombros hasta el suelo y luego las medias y la enagua. La piel lechosa queda expuesta, abarcando el espacio. El vapor del agua caliente llega hasta la mujer de pie en el cuarto. Por un segundo, su respiración se agita y voltea la cabeza solo un poco, antes de soltarse el pelo que cae, pesado, negro, y lame sus tobillos, ocultándola de toda vista.

 

La mujer entra en la tina y bajo el agua, sus manos palpan la dimensión del cuerpo, rodeado del pelo flotante. Luego se incorpora y mira fijo a la puerta, a la cerradura sin llave, tras la que está el ojo parpadeante del esposo, el corazón encabritado, la mano presta, preparándose para terminar aquel juego en el instante en que ella se digne a llamarlo.

 

 

 

  

LA PLANCHADORA

 

Las camisas enormes se amontonaban en el canasto del planchado. Pantalones, sábanas, manteles, la ropa de los niños. Uno que otro vestido.

 

Odiaba el ritual de las noches dominicales, cuando sacaba la tabla, el asperjador y la plancha. Maldecía entre dientes esa suerte de la puta madre que la ponía ante la montaña de ropa arrugada. Realizaba la tarea frente al televisor, esperanzada en que las noticias y los comentarios futboleros de su esposo aliviarían el tedio.

 

Algunas noches soñaba con el hombre que amaba, podía olerlo, sentir sus manos, su voz. La culpa la atrapó en un laberinto sin salida. Ya no había lugar para las lágrimas ni el arrepentimiento.

 

Por eso decidió plantarse con valentía ante el quehacer hogareño. Hacía la limpieza, cocinaba, mantenía el orden y asistía a reuniones de colegio. Acometía, por sobre todos, el rito dominical del planchado, convencida de que en el tormento de sentir el vapor caliente en la cara y las piernas entumecidas por estar tanto rato de pie, purgaba el pecado de amar a un hombre al que jamás le plancharía las camisas.

 

 

 

 

BUENOS PROPÓSITOS

 

En memoria de Oriana Meneses

 

Quiero que estés presente para los hijos aunque ya no seas el hombre que amo. Intento hacértelo entender, con el hilo de voz que me queda mientras aprietas mi garganta con tus manos.

 

 

 

 

UN CEPILLO DE DIENTES

 

Sufrí un ataque de rabia. Mi esposo se había ido de viaje, llevándose el cepillo de dientes que compartíamos. Me lavé los dientes con el índice y partí a comprar un cepillo solo para mí. Él armó una batahola cuando lo vio, azul, haciendo juego con las toallas. Me acusó de planear separarme, de maquinar mefistofélicamente para nadar en mis propias aguas.

 

La ira me atacó al día siguiente. Él estaba usando mi cepillo nuevo. Lo había secado para que yo no lo notara. Compré otro que escondí entre mi ropa interior y mojaba el cepillo común para que él creyera que compartíamos el mismo. Halló el cepillo cuando hurgó en mis cajones.

 

—¡Aquí está la prueba! —gritó— ¡Quieres separarte! Esto es idea de tus amigas feministas.

 

Fue hasta el baño con mi cepillo y se lavó los dientes abriendo la boca, mostrándome la espuma, farfullando amenazas.

 

—Ahí tienes —me dijo luego de enjuagarse y poner el cepillo en el vaso—. No va a ser como tú quieres. Somos uno solo. ¡Y es para siempre!

 

Cuesta entender lo que alguien dice cuando tiene un cepillo de dientes en la boca. Lo confirmé cuando lo dejé enterrado hasta el mango en la garganta de mi esposo, que aleteaba, ahogado en su propia sangre.

 

 

 

 

OPCIONES

 

Se dijo que tal vez hubiese sido mejor el divorcio.

 

Pensó en eso un minuto nada más, porque tenía poco tiempo para deshacerse del cuerpo.

 

 

 ___

* Los microrrelatos «Juegos de manos», «Téngase presente», «El baño», «La planchadora», «Buenos propósitos», «Un cepillo de dientes» y «Opciones», pertenecen a Fragmentos de espejos (Asterión, 2011), en tanto «Fronteras del territorio» proviene de Astillas de hueso (Sherezade, 2013).

 

 

 


Gabriela Aguilera Valdivia

 

Gabriela Aguilera Valdivia es escritora y tallerista. Ha publicado 3 libros de cuentos, 3 de microcuentos, 2 micronovelas y 2 nanonovelas. Es una de las creadoras del proyecto literario Basta! Miembro fundadora del Colectivo Señoritas Imposibles (escritoras chilenas de narrativa negra) y de REM (Red de Escritoras de Microficción).