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O-ne-sha

Jessica Moore

Col

 

EVERYTHING, NOW

 

Silvia Moreno Parrado es licenciada en Traducción e Interpretación por la Universidad de Málaga (1999), con las especialidades de inglés, griego y alemán. Diploma de Estudios Avanzados con el programa «Estudios de traducción: Literatura y Traducción» (Universidad de Málaga, 2007) y Máster en Traducción Médico-Sanitaria (Universitat Jaume I, 2010). Desde 2000 se dedica profesionalmente a la traducción en distintas vertientes: técnica, médica, política y sociedad, jurídica y socioeconómica. A partir de 2015, su actividad traductora se centra de forma prácticamente exclusiva en la traducción literaria (unos cuarenta títulos hasta la fecha, publicados o en preparación, entre los que destacan los de autores tales como Rachel Carson, Nan Shepherd, Nellie Bly, H. D. Thoreau, Ralph Waldo Emerson, Michel Onfray, Baptiste Morizot), de guías de viaje (participación conjunta o en solitario en más de veinte títulos de Lonely Planet/GeoPlaneta) y de materiales diversos para museos y entidades culturales (Museo Picasso Málaga, Fundación Casa Natal Picasso, Diputación Provincial de Málaga). Además, imparte talleres (sobre primeros pasos en la traducción literaria y sobre traducción de nature writing) en el Máster de Traducción para el Mundo Editorial de la UMA y, junto con Esther Cruz, Juan Pascual Martínez y Enrique del Río, coordina el ciclo «Tras las letras» en la librería Áncora.

 

Jessica Moore es escritora y traductora literaria. Su primer libro, Everything, now (Brick Books, 2012), es una carta de amor a los muertos y una conversación con su traducción de Turkana Boy (Talonbooks, 2012) de Jean-François Beauchemin, por la que obtuvo un premio de traducción Pen America. Mend the Living, su traducción de la novela de Maylis de Kerangal, fue nominada para el Man Booker International 2016. El libro más reciente de Jessica, Whole Singing Ocean (Nightwood,  2020), combina un poema largo, investigación, jerga de marinero y dolor ecológico.

 

 

Col

 

 

 

O-NE-SHA

 

 

Hace tiempo, leí en las páginas de mi cabeza esta historia (la leyenda de la cuarta pared de tu cabaña):

 

O-ne-sha, el Trajinante, no paraba nunca: lo llevaba en su naturaleza y en su nombre. Así pues, este día no era en nada diferente de otros días en los que se abría paso entre los árboles y las hojas e incluso a través de las piedras, abajo, en la playa, siempre en movimiento, acarreando esto o aquello de acá para allá. Recogía una semilla en una parte del bosque y la llevaba a otra parte, donde tenía la oportunidad de crecer y convertirse en un nuevo árbol, o usaba las manos, grandes y planas como veinte remos juntos, y, con un movimiento de vaivén, agitaba el lago para formar olas.

 

Y a veces, allí, sobre las placas lisas de roca pura, justo debajo del agua –esas plataformas de color claro que se extienden y adentran en las frías aguas de la bahía Georgiana–, a veces, el agua se mecía bajo el movimiento de sus manos para revelar un peñasco grande, con la forma de este o aquel animal, y a O-ne-sha le llamaba la atención, como a una urraca un destello de mica. Entonces se adentraba un poco más en las aguas frías y limpias, asía el peñasco entre los brazos y se lo llevaba a tierra, entre los árboles de aguja, ascendiendo por el acantilado como por una escalera, hacia los bosques de árboles de hoja, donde el sol pintaba dibujos en el lecho del bosque.

 

Caminaba con su tesoro hasta que elegía un lugar en el que soltarlo; nunca se detenía después de cambiar una piedra de sitio, solo se alejaba despacio para mover otra cosa. (Y en eso se parecía más a tu hermano, cambiante e inquieto, que a ti, porque tú te habrías sentado, sin prisa, a ponderar el cambio y escuchar el bosque, donde siempre hay cien sonidos).

 

Así es como el peñasco que forma la cuarta pared de tu cabaña terminó ahí: O-ne-sha vio una piedra con forma de oso encorvado y, cuando subió la colina, llegó hasta la hondonada –un valle diminuto como la palma de una mano– y allí es donde la dejó. Allí es donde –muchos, muchos días y tormentas y semillas y olas y pensamientos y años y sueños después– la encontraste: el mismo hoyito suave, la misma piedra humilde, ahí dormida, y elegiste ese lugar, justo como hizo O-ne-sha.

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El día en que moriste, el paisaje era distinto.

Asfalto y traviesas de acero.

 

Tengo esto que decir, solo esto: no hubo ningún Dios, ningún Trajinante aquel día; no hubo ninguno o todos se volvieron de espaldas o tropezaron al acarrear alguna piedra pesada, o se olvidaron, mientras agitaban el agua con sus manos enormes e inútiles. Aquel día hubo un momento que fue un error. Un momento en que el amor dejó un agujero tan grande que algún caos sin nombre y jadeante te alcanzó y se te llevó con un tirón violento.

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Y ahora yo voy de un lado a otro, al igual que O-ne-sha no paro nunca, con esta única pregunta entre los brazos:

 

¿Qué es esto, esta vida, que tanta abundancia me dio y luego me la robó toda?