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Entrevista a Manuel Feria

Manuel Feria: «Parece que había en mí una semilla literaria que esperó a la jubilación para germinar»

 

Por Benito Romero

 

 

 

 

 

El suyo es, sin duda, un caso atípico dentro del panorama de las letras: por formación, por edad y por su llamativa manera de proceder resulta difícil encuadrarlo en el perfil tradicional del escritor...

 

No puedo negar que soy un outsider o, si se quiere, un francotirador entre los aforistas españoles. Mi formación es científica, en ciencias de la vida y en farmacología; sin embargo, y a diferencia de mi estimado y lamentablemente desaparecido Jorge Wagensberg, mis aforismos no son científicos. Por edad, transitando los setenta, ya no necesito mirar para ver, aunque me ha sorprendido ser el cuarto aforista vivo más viejo de los incluidos en la antología El cántaro a la fuente. Con relación a lo que defines como «llamativa manera de proceder», entiendo que te refieres al hecho de que me mantenga al margen del circuito comercial y me autoedite. Si quieres, más adelante te contestaré a esto in extenso

 

 

 

 

¿Qué le impulsó a cultivar la literatura y, más concretamente, un género literario tan particular como el aforismo?

 

Por la época en que discurrió mi educación general básica, allá por los años sesenta, se enseñaba de otra forma, prestándose una atención similar a la enseñanza de las ciencias y las letras. Afortunadamente, nunca fuimos analfabetos en estas materias, vitales para el crecimiento personal. En casa era lo mismo, pues mi madre era catedrática de clásicas y se vivía un ambiente cultural en el que la conversación habitual se salpimentaba con citas literarias, muchas veces latinas, y el uso abundante del rico refranero español. Pese a todo yo dirigí mis pasos hacia las ciencias y concretamente hacia los estudios de biología. Luego, la vida me condujo hacia la medicina, especializándome en farmacología («Tú crees que eliges el camino, pero es el camino el que te elige a ti»). 

 

Sin embargo, hay un momento en la vida de un científico en el que aceptas que las ciencias no te van a dar determinadas respuestas y, en su búsqueda, nos volcamos en la literatura y en la filosofía. No creo que hubiera ningún impulso especial por la literatura, más allá de que, como dice uno de mis aforismos, «al final de la vida todos somos de Letras». En todo caso, parece que había en mí una semilla literaria que esperó a la jubilación para germinar.

 

En cuanto a mi pasión por el aforismo, creo que es una cuestión de carácter. Desde que recuerdo haber tenido uso de razón, mi expresión siempre fue sentenciosa. Siempre fui hombre de pocas palabras, por lo que el aforismo parecía ajustarse a mi forma de ver la vida y a mis necesidades expresivas. Pienso que el aforismo y yo anduvimos toda una vida buscándonos sin saber demasiado el uno del otro, hasta que al final nos encontramos.

 

 

 

 

Usted ha reconocido que su experiencia en talleres de escritura ha sido fundamental en su formación. ¿Piensa, por tanto, que se trata de un paso obligatorio para todo aquel que desee convertirse en escritor?

 

No sé si obligatorio, pero sí muy deseable, especialmente si uno proviene de una profesión no literaria y, consecuentemente, carece del conocimiento básico para no errar. En cualquier caso, cuando me incorporé al taller de escritura del profesor Bruno Mesa no albergaba, ni lo hago ahora, la más mínima intención de dirigir mis pasos hacia la literatura. En su lugar, me movió más bien la curiosidad hacia otras formas de expresión que me ayudaran a entender la realidad. Fue en ese taller, en el que se consideraban la mayoría de las formas de expresión literaria, donde Bruno Mesa y yo descubrimos que tenía buena mano para el aforismo. Obviamente, si no hubiera pasado por aquel taller literario jamás me hubiera planteado publicar algo como he hecho.

 

 

 

 

Javier Sánchez Menéndez ha definido recientemente el aforismo como concepto y como género. ¿Qué es para usted el aforismo?

 

El aforismo es para mí una necesidad vital, mi forma de acercarme a la realidad. La realidad, si existe, no es otra cosa que una construcción mental, elaborada a partir de la información de nuestros sentidos y, como tal, sujeta a una interpretación personal. Intentar aprehenderla requiere privarla de todo su ornato, para quedarse con su esencia, y eso es algo que hace muy bien el aforismo. Yo diría que «el aforismo reduce la realidad a su máxima expresión».

 

Aun cuando, para mí, la definición de aforismo es lo menos importante, el aforismo encuentra su talón de Aquiles cuando intenta definirse a sí mismo. Existen miles de aforismos que con más o menos fortuna intentan definir lo inasible, el aforismo, y cada autor ha creado muchos. En el intento por definir qué es para mí el aforismo, fracasado como el de todos, los siguientes aforismos pueden dar una idea de mi pensamiento: «Un buen aforismo es un refrán que aún no lo sabe»; «El aforismo es una ficción que explica la realidad» o «El aforismo hace poesía con la filosofía». Es decir, parafraseando a Santo Tomás y su argumentación acerca de qué era el tiempo, si me preguntan qué es el aforismo diría: si nadie me lo pregunta lo sé, pero si quiero explicárselo al que me lo pregunta no lo sé.

 

 

 

 

¿Qué autores o tipo de aforismos le interesan?

 

Obviamente, todos los clásicos, que han resistido el paso del tiempo y conservan toda su vigencia. Aún me sorprende oír en la noche los aforismos clásicos, que han viajado siglos hasta llegar a mí y me retan a una renovada reflexión.

 

Con relación al tipo de aforismos, me interesa el aforismo breve. Admiro intelectualmente a algunos aforistas, como Mario Pérez Antolín, que construyen potentes aforismos reflexivos, concluyentes a lo largo de varios párrafos, pero claramente esos no son mis aforismos. Creo que los aforismos deben ser portátiles, de fácil transporte en la memoria, algo solo posible si son breves. Suelo decir que un aforismo no debe superar el Cabo de Hornos del final de la línea.

 

Me gusta el aforismo que se abre sin prólogo, pero con epílogo («Los aforismos no tienen prólogo, pero siempre deberían tener epílogo»). Es decir, estimo que la reflexión la debe hacer el lector y no el aforista. El verdadero valor del aforismo es conducir al lector a la reflexión.

 

En otro orden de cosas, el aforismo debe llegar a todos, y, en muchas ocasiones, parece que se escriben aforismos elitistas, que denomino aforismos para aforistas, lo cual, obviamente, genera más rechazo que adhesión.

 

Por otro lado, adoro la ironía en el aforismo, que creo le confiere más profundidad y amplía el abanico reflexivo. En este sentido, aprecio sobremanera a Mark Twain, Stanislaw Jerzy Lec o Ramón Eder.

 

 

 

 

¿Cómo valora la situación actual del aforismo, su presencia cada vez mayor en las redes sociales, en los medios de comunicación y en el catálogo de las editoriales?

 

Parece claro que la producción aforística está en auge y se editan más libros de aforismos que nunca. Aunque no es bueno todo lo que se edita, hay cosas buenas en lo que se edita. Las editoriales apoyan el fenómeno y lo incorporan a sus catálogos, aunque dudo de los réditos que les reporten tiradas relativamente exiguas. Las redes sociales más que ayudar a dar consistencia al fenómeno, entiendo que lo banalizan, pues toman los aforismos como frases ocurrentes que, fuera de contexto, pierden todo su valor, y si hay algo esencial para el aforismo es el contexto.

 

La reflexión que me hago es la siguiente: ¿cuál es el papel actual de los aforismos en el avance del conocimiento, de la ciencia, de la filosofía y de los grandes movimientos sociales? Los aforismos surgieron para acompañar, inicialmente, a la medicina, luego a la filosofía, a la religión y, más adelante, a las ciencias. Actualmente parecen ser solamente un vehículo de libérrima expresión subjetiva del gran teatro del mundo. Si no existe otra finalidad que esta temo que el aforismo pueda agotarse en sí mismo y pase a ser un género literario irrelevante, regresando, así, a la situación de hace cuarenta o cincuenta años.

 

 

 

 

¿Piensa que la calidad del aforismo actual es semejante a la de otros géneros, que nos encontramos en una especie de «edad de plata» de la escritura breve o que, sencillamente, lo que predomina es el marketing y el ruido?

 

Hablando en general, creo que la calidad no acompaña a la cantidad. Se publica mucho, pero mediocre, aunque serán los lectores los que separen el trigo de la paja.

 

A veces me pregunto qué pensaría un aforista clásico de la profundidad filosófica de nuestros actuales aforismos. Creo que no saldríamos bien parados de su juicio. En cualquier caso, si se pudiera hacer la comparación entre géneros que sugieres, no me considero capacitado para hacerla.

 

Evidentemente la «burbuja» no se mantiene por la calidad de los autores de aforismos —si así fuera no hablaríamos de burbuja sino de un movimiento literario—, sino por el marketing y el ruido que rodea el fenómeno. Espero que no nos ocurra como en el cuento del emperador que vestía el traje invisible y, al final, caigamos en la cuenta de que estamos desnudos.

 

 

 

 

Hasta el momento solo le hemos conocido en su faceta como aforista. ¿Se ha animado o piensa animarse a desenvolverse en otros géneros?

 

En este momento no contemplo una aventura como la que describes. He escrito algo de poesía, aunque no la he dado a conocer en grandes círculos. Creo que me desenvolvería decentemente como escritor de cuentos y microcuentos y, tal vez por mi pasado científico, no lo haría mal como ensayista. Pero no me aventuraría más allá («El que conoce sus límites lo conoce todo sobre sí mismo»).

 

 

 

 

Además del hecho accidental de situarse geográficamente en la periferia, ha autoeditado sus tres libros y vive al margen de las redes sociales, esa interminable jaula de grillos en la que cada autor aprovecha para promocionarse. ¿A qué se debe su decisión de mantenerse alejado del circuito comercial?

 

La decisión de mantenerme al margen del circuito comercial obedece al hecho de que no acepto jugar en un sistema en el que el creador es el último mono, recibe el menor beneficio y no participa en las decisiones de edición. Yo decido cómo, cuándo y dónde edito mis libros. Los edito con una calidad incomparablemente mayor que cualquier libro de aforismos actual. Los distribuyo, en su mayor parte, personalmente, lo cual me proporciona el privilegio único de conocer a cada uno de mis lectores. Obviamente esta postura antisistema me cuesta dinero, aunque menos de lo que se piensa.

 

Recientemente mi admirado Ramón Eder me animaba a publicar en alguna editorial —y alguna oferta he recibido—, con la idea de ser más conocido. Teniendo en cuenta que la mayor parte de los autores no consigue vender una tirada de doscientos o trescientos ejemplares, especialmente si son desconocidos, y yo regalo miles, creo que esa preocupación por mi popularidad es infundada. Aunque reconozco que quizás una publicación on line de libre acceso podría acercarme a un mayor número de lectores.

 

 

 

 

La notable calidad de sus textos, unido a su decidida condición de rara avis en el mundillo literario, le ha permitido abandonar en poco tiempo el estrecho traje de autor secreto para convertirse en uno de culto, al menos entre los lectores del género...

 

Mi obra ha recibido alabanzas de aforistas de primera línea y empieza a aparecer en antologías de calidad, pero de ahí a ser un autor de culto va un largo trecho. Pasar de autor oculto, lo que he sido durante mucho tiempo, a autor de culto no es un cambio menor, pero no tenía constancia de ello.

 

 

 

 

Bruno Mesa lo ha definido como un «irónico compulsivo» que intenta «hacer del pensamiento una medicina». José Luis Trullo, por su parte, ha señalado que sus aforismos son «perfectamente ortodoxos en su irónica ortodoxia: lúcidos, sabios, implacables con la estupidez pero compasivos con la debilidad, divertidos, penetrantes y, lo que es más importante, juguetones en su severidad, profundos en su aparente ligereza». ¿Comparte estas apreciaciones?

 

Estoy bastante de acuerdo con la definición de Bruno. Compartimos un año de taller literario y me conoce lo suficiente para definirme así. Por su parte, José Luis, editor de aforismos y uno de los grandes conocedores del género, hizo esas apreciaciones cuando ni siquiera me conocía personalmente. Creo que fueron hechas bajo el shock de encontrar algo muy diferente en el panorama aforístico español. Cuando amablemente le reconvine, por lo que yo consideraba un exceso, me contestó que él, que ha devorado un sinnúmero de libros de aforismos, no había leído en mucho tiempo algo más regocijante que mis libros. De sus apreciaciones yo coincidiría en que mis aforismos son ortodoxos, sabios e irónicos.

 

 

 

 

Rafael Sánchez Ferlosio se refería a sus aforismos como pecios y usted califica los suyos de conclusiones provisionales. Con esta declaración de intenciones da la impresión de que toma una prudente distancia respecto al «aire rotundo, incluso arrogante» que, en opinión de Javier Recas, ha sido una de las constantes del género breve. No sé hasta qué punto su condición de persona vinculada a la ciencia es lo que le ha permitido desplegar ese festivo tono escéptico respecto a la regla fija.

 

Debo puntualizar que esa magnífica calificación de mis aforismos es de José Luis Trullo, aunque la subscribiría con gusto. Obviamente, un científico es por definición un escéptico y seguro que mi formación influye en mi forma de acercarme y a un tiempo distanciarme de la realidad. Sin embargo, todo es mucho más complejo. Yo califico lo que hago como «fugacidades». Fugacidad es la condición de lo fugaz y yo atribuyo esa condición a lo que hago, que mucha veces fluye y escapa y en otras se materializa. Acepto hablar de aforismos por entendernos, pero, como dijo Antonio Porchia, «no digan que hago aforismos, me humillarían». Jamás he tenido la sensación de crear un aforismo, soy incapaz de la reflexión que muchos dicen conduce a un aforismo. Yo capto aforismos en mi entorno, en mis interacciones sociales, en mis lecturas. Son como intuiciones que se materializan y que al primero que sorprenden es a mí. El tono festivo lo toman de mí, sin esfuerzo. Tal vez todo ello explique que mis aforismos sean tan diferentes a los que se publican habitualmente.

 

 

 

 

Por último, ¿qué les diría a los lectores para que se aproximen a su obra?

 

Les diría que se aproximen a ella con un talante abierto, buscando preguntas antes que respuestas. Mis libros de aforismos no son libros de autoayuda, aunque soy conocedor de grupos que los utilizan casi con esta intención. Son libros divertidos, pero exigentes, pues demandan reflexión y relectura.

 

 

  


Manuel Feria

 

Manuel Feria (San Cristóbal de La Laguna, 1949) ha sido catedrático de Farmacología en la Universidad de La Laguna, institución de la que fue docente durante treinta y nueve años. Autor de diversos capítulos de libros y de numerosos artículos de investigación, como creador literario se ha centrado en el aforismo, género con el que ha publicado los libros Verlas venir (2015), En ascuas (2017) y Diccionario imaginario de un irónico (2018). Textos suyos figuran en las antologías El cántaro a la fuente. Aforistas españoles para el siglo XXI (2020) y Espigas en la era. Micropedia de aforistas españoles vivos (2020).