José María García Linares
Para cualquier lector apasionado pocas experiencias hay tan satisfactorias como la de entrar en una buena librería. Por más completa que sea una web, por más fondo que atesore o por más facilidades que ofrezca a sus clientes virtuales para llevarles a casa el ejemplar deseado, nunca podrá sustituir el hecho de poder ver y tocar el propio libro, hojearlo allí mismo, consultar su índice o, simplemente, acariciarlo. Los lectores somos fetichistas, no cabe duda, y estoy seguro de que muchos de ustedes sienten lo mismo cada vez que ven en el expositor uno de esos ejemplares negros, sobrios, absolutamente identificables, si aprendieron a leer entre los años setenta y ochenta del pasado siglo. Por eso, encontrarse en un escaparate o mesa de novedades Una luz imprevista, la poesía completa de María Victoria Atencia en la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra es, a la vez, sobresalto feliz y ansiado regalo.
A cargo de Rocío Badía Fumaz, la edición reúne seis décadas de producción poética. Salvo una primera edición no venal de sus primeros poemas, figuran aquí recogidos todos los libros publicados hasta el día de hoy, es decir, que estamos ante la edición definitiva de la poesía de Atencia, supervisada, además, por ella misma, y con la que da por cerrado su corpus poético. Si Badía Fumaz es quien ha redactado el riguroso estudio introductorio, la bibliografía, tanto la de la obra de Atencia en particular como la propiamente crítica, corre a cargo de Antonio Portela Lopa.
De difícil clasificación, la obra de María Victoria Atencia ha sido en algunas ocasiones situada en la generación del 50 y en otras en la de los novísimos, posiblemente por la operatividad que las clasificaciones generacionales tienen para un determinado sector de la crítica especializada. Se le buscó insistentemente un lugar de reconocimiento a una voz que entre sus particularidades está precisamente la del movimiento, la del ir y venir, la de la búsqueda incansable. Por razones estrictamente vitales, su poesía ha cruzado más de medio siglo (su primer libro, Tierra mojada, ve la luz en 1953 y El umbral, el último publicado, en 2011), hasta el punto de que más que de generación, habría que hablar de una poética compuesta por distintas etapas.
En una de las conversaciones mantenidas con Sharon Keefe Ugalde, Atencia señala (p. 28) que «no se escribe poesía "para" algo, sino "por" algo». No existe en su poesía una orientación utilitarista, sino que la poeta, siguiendo una intuición emocionante, perfora, escarba, indaga hasta dar con un pozo iluminado de significaciones. El propio ejercicio de desvelamiento es el que va a posibilitar los distintos niveles de lectura, puesto que el esfuerzo por alcanzar la luz plena va llenando percepciones, voces y sugerencias cada uno de los poemas. No será un esfuerzo exclusivamente conceptual, sino que, como ha señalado la crítica, la maestría formal, métrica, es otro de los rasgos definitorios de toda su poética. El uso del verso blanco alejandrino o la rima asonante proporcionan al lector una experiencia de lectura en la que el ritmo facilita la construcción y el sentido de la imagen, pero es que, además, resulta decisivo para encontrar la correspondencia exacta entre la realidad y la palabra, y esta es una de las claves de su proceso creativo.
Para lograr acceder a lo que está oculto o velado es imprescindible, primero, acercarse a la realidad cotidiana. Será desde esa observación atenta y desde su extrañamiento como se logrará acceder a la fuente del conocimiento. Atencia teje precisos hilos entre la realidad aparente y la escondida con el fin de detener el imparable discurrir del tiempo, lo que se ha denominado «poética de la atención». La mirada poética configura un mundo propio a partir de lo usual y conocido, de modo que el yo poético avanza siempre hacia una profundidad desde la que se observan matices y desdobles cargados de sombras luminosas. Así habla la voz poética en el poema «Temporal de levante» (239), del libro Compás Binario:
Extraña y enemiga es esta piel que miro
diariamente, cuido, me ciñe y me refleja,
los otoños azotan y dice de sí misma
exterminando en dos el cristal del espejo.
Volveré la cabeza al viento de levante
si un brote malva exhibe el jacinto en la cómoda,
si una baba denuncia el rastro de mi paso
o en el mármol sellado una verja chirría.
Cuando sienta que puedan el ocaso servirme
en una taza –Emily Dickinson–, romperé
los pliegues de mi incierta paloma de papel
contra la balaustrada férrea que me contiene.
Son también muy interesantes y numerosos los acercamientos críticos a propósito de la escritura autobiográfica. La propia poeta se ha referido en ocasiones a ella, y así figura en el estudio introductorio de esta edición (p. 32) como una presencia que sustenta el texto o una perspectiva específica desde la que analizar la realidad: «Creo que toda la escritura de quien escribe es siempre un modo de autobiografía, aunque pueda aparentar otros géneros. Escribimos y, al hacerlo, hablamos de nosotros mismos o hablamos de los demás "según nosotros". Y no sé si eso es un modo de entrega o de apropiación; un modo de enajenación o de ensimismamiento». A lo largo de sus libros es común ver aparecer el nombre propio con sus apellidos («No queda sino tiempo, Victoria Atencia; tiempo», en Las contemplaciones), el nombre de pila («No es bastante, Victoria, que dejes en el fango / la pulcra huella de una desolación», en El hueco) o las iniciales, como en el poemario titulado El mundo de M. V. Contarse, como señala Laura Scarano (2014), no es otra cosa que un acto de lenguaje, pero más que responder a una verdad histórica parece dar cuenta de una verdad interior, que es aquí la cuestión principal. En este sentido, Gadamer (2007) tomaba como ejemplo a Goethe cuando afirmaba que su obra no contenía ni una pizca que no hubiera sido vivida, pero tampoco ninguna tal y como se vivió. Es decir, no se trataría, pues, de biografismo o de reducción de la experiencia a sucesos vividos, sino que, a través de los poemas, en palabras de Wellek (1999), se alude a una relación estructural entre lo vivido y la expresión de lo vivido, es decir, lo vivido quedaría absorbido totalmente en la expresión. Así, lo que se provoca a la vez es el juego de espejos o el cuestionamiento de la propia identidad, que no deja de ser otra forma más de indagación, como decíamos más arriba y como podemos leer en «Los nombres» (p. 396), del libro El hueco:
¿Quién me dirá mi nombre? Fueron tantos
que no sé cuál me vara en almohadas de luto,
cuál va a identificarme en esta
proseguida ocasión que me sucede.
Mi multitud de mí, mi solo espacio
que apenas dije con mis iniciales ni me escuché a mí misma.
Escudriño alacenas y armarios
repitiendo mis denominaciones, y solo me contesta,
en un espejo, el eco.
La reflexión sobre el paso del tiempo es otro de los temas más trabajados a lo largo de toda esta obra poética. Son variadas sus representaciones, que fluctúan entre el recuerdo de la infancia o la presencia asumida y aceptada de la muerte. Entre todas, destaca la del discurrir temporal, la de la sucesión de generaciones que van poco a poco yéndose, como en «La madre de Héctor», del libro El coleccionista:
Por esa ley antigua que obliga a los amantes
a sucederse en otras y otras generaciones,
yo misma a un joven héroe di vida en mis entrañas.
Me doblegué a las lunas y en su espera de júbilo
los hibiscos tiñéronse.
Se hacía transparente su rostro sobre el mío
y él me daba nobleza, belleza, plenitud.
Incendio tras incendio, el cuerpo prevalece.
La crítica también ha destacado la inclinación religiosa como rasgo distintivo de ciertos autores pertenecientes a la generación del cincuenta, los más cercanos al grupo Cántico, al que pertenecía María Victoria Atencia. Las alusiones a la materia religiosa son continuas, pero irán poco a poco dejándole el espacio a una espiritualidad más general, a un misticismo entendido como forma de conocimiento, como señala Badía Fumaz en el estudio introductorio. Esta forma de conocer, de acercarse a las cosas, se materializa también en todo un entramado de referencias intertextuales e intermediales que amplifican las posibilidades de lectura. Finalmente, no queremos dejar de referirnos a la importancia de la vivencia amorosa como otra de las claves de toda la producción poética de Atencia, sobre todo teniendo en cuenta el impacto de su ya clásico Marta & María (1976). Una mirada amorosa en la que resuenan variados ecos, como el de Dante, Rosalía o el Cantar de los cantares. Sirva de ejemplo el poema «Marta y María» (p. 173) con el que concluye el libro:
Una cosa, amor mío, me será imprescindible
para estar reclinada a tu vera en el suelo:
que mis ojos te miren y tu gracia me llene;
que tu mirada colme mi pecho de ternura
y enajenada toda no encuentre otro motivo
de muerte que tu ausencia.
Mas qué será de mí cuando tú te me vayas.
De poco o nada sirven, fuera de tus razones,
la casa y sus quehaceres, la cocina y el huerto.
Eres todo mi ocio:
qué importa que mi hermana o los demás murmuren,
si en mi defensa sales, ya que solo amor cuenta.
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Bibliografía:
GADAMER, H. G. (2007). Verdad y método. Salamanca: Ediciones Sígueme.
SCARANO, L. (2014). Vidas en verso: autoficciones poéticas. Santa Fe: Universidad Nacional del Litoral.
UGALDE, S. K. (1991). Conversaciones y poemas. La nueva poesía femenina española en castellano. Madrid: Siglo XXI.
WELLEK, R. (1999). «La teoría de los géneros, la lírica y el Erlebnis». En Teorías sobre la lírica, Fernando Cabo (ed.), pp. 25-26. Madrid: Arco.
José María García Linares
José María García Linares (Melilla, 1977) es poeta, ensayista y crítico literario. Es autor de los poemarios Oposiciones a
desencuentro, Neverland, Muros, Novela Negra, Palabra iluminada, Entonces empezó en viento y Cántico. Ha realizado varias ediciones
sobre la poesía de Cayrasco de Figueroa, así como diversos estudios de poesía contemporánea. Ejerce semanalmente la crítica literaria en el diario granadino
Ideal.