Esther Andradi
NUECES
Los vegetarianos me dijeron que una nuez tiene las mismas proteínas que un bife. Así que el domingo compré nueces. Soy mujer de ideas antiguas o bien de escasos artefactos modernos. Ergo: no dispongo de rompenueces. De modo que pretendí partir a las condenadas golpeándolas contra la mesa. Imposible. Apelé a mi instinto y aplasté una contra otra. Infalible.
La comprobación me enseñó que aún con feminismo y todo, la mejor forma de dividir a las mujeres no es aplastándolas contra el piso –como nos hacen a algunas–, sino apretando una contra otra.
Como las nueces.
VINO
Mi cara se parece cada vez más a una pasa.
Las arrugas me visten la sonrisa de lomo de tortuga, el llanto de crisálida, la seriedad de pasa nomás.
Por eso bebo tanto.
Para macerarme en alcohol y así poder tragarme.
Lástima que no puedo sobornar al espejo.
Pero quizá termine disolviéndome en saliva, acogiéndome al privilegio de las hostias.
CEBOLLAS
Somos como la cebolla.
Apenas se abren, comienza el llanto.
Superfluo, cierto, porque basta un chorro de agua fría para que todo se supere.
Y después, solo después, es posible separar hoja por hoja, sin presiones ni sugestiones, hasta llegar al fondo mismo del misterio, sin perder la visibilidad entre la niebla de las lágrimas.
Pero siempre se necesita un buen chorro de agua fría antes de comenzar. Es bueno no olvidarlo.
ON THE ROCKS
El dolor se tragó mis ideas, mis proyectos, mis locuras.
En su lugar quedó un hueco, una cala donde el mar se acomoda por las noches, despacio.
Cuando hay luna, descontrolado, sube a buscarla.
Entonces me despierta una sirena.
MEMORIA DE ATOLÓN
….amores habrás tenido
amores en todas partes
La furia contenida no arroja fuego, lo consume.
Entonces, el cuerpo afiebrado clama por agua en todos sus colores y estados, hasta que la isla se hunde.
En su lugar aparece el coral, peces multicolores y el azul marino de tus ojos.
Inconfundible.
A IMAGEN Y SEMEJANZA
Nuestras desgracias imitan la naturaleza.
Somos espejo de los accidentes geográficos.
Los amores tan largamente buscados, una vez al alcance, se amesetan.
Inaccesibles montañas esos anhelos que no nos atrevemos a escalar.
El caudal torrentoso de los ríos se arrebata nuestros sueños a brazadas.
Una placa tectónica bosteza y se traga aquello que creíamos incólume.
Rocas donde encallan nuestros planes, naufragando.
En profundidades abismales se esconde el deseo ardiente... ¡y nos llama!
¿Y la felicidad?
Es el horizonte mismo divisado desde la más alta cumbre o desde el llano. Cuanto más corremos hacia él, menos se alcanza. Tan perfecto como inasible.
HIPATIA
En Hipatia las damas van a misa los domingos y los caballeros juegan a los naipes en los bares debidamente cruzados de piernas. La cofradía de mujeres teje y desteje ruegos mientras los hombres se entregan a las reglas del juego. Después corren detrás de la pelota y las señoras ordenan el almuerzo. Entre perejiles y garbanzos la vieja criada traduce el futuro en una concha de nácar hallada en el costado izquierdo de la iglesia de San Cirilo. Alguien morirá en Hipatia provincia de Santa Fe buscando el acertijo de la vida escondido en la espiral de un caracol. No pregunten de quién es el cráneo. No inquieran las razones de su suerte. Den por sentado que la muerte no será causada por bronquitis o rubéola. Pero su piel no cubrirá ninguna biblia. Su pellejo será el pergamino donde una criada descifre la clave del porvenir mientras las damas ordenan el almuerzo.
Los hombres corren detrás de una pelota. Esta vez no la alcanzarán.
MAMÁ AMASA LA MASA
El universo se expande. La lucha entre la energía y la materia oscura. Mientras la materia oscura alienta la vida, el orden, la energía oscura, impaciente, se estira.
Somos la masa de un pastel que no está listo.
Una doña Petrona fuera de órbita apronta el horno. Varios millones de años le viene costando esta mezcla. ¿Le resultará esta vez?
Somos obstinados grumos de una masa imperfecta. Solo una buena batida nos pondría en forma.
Si es que aún tenemos arreglo.
SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO
La laucha Gregoria se hizo la muerta y se escapó de la mesa de experimentación. Nadie pensó que había sido capaz de tragarse la información electrónica. Y cuando la memoria informática conectó con el código de la especie, todos los bichos se liberaron de los zoológicos, de los frigoríficos, de los panales, de los criaderos. En pocos minutos los laboratorios se desarmaron como cajitas de cartón y escaparon millones de ratones, gatos, monos, bacterias, microbios. Las jaulas se abrieron, los camiones que transportaban animales al matadero se atascaron en la ruta, los novillos bajo el mazo del verdugo se rebelaron, los cerdos mordieron a sus carniceros, leones, tigres y elefantes derrumbaron el vallado de los zoológicos, los gallineros se convirtieron en paraísos. ¡Patitas pa' que te quiero! No hubo lugar para los humanos ni grandes ni chiquitos, y los más belicosos quisieron arreglar todo con las armas pero hasta las vacas de la India llegaron con su parsimonia meditativa a bloquear las calles y los trenes aminoraron la marcha para que ellas los miraran pasar y muchas cosas más.
Y así colorín colorado este mundo cruel se ha acabado.
Dijo la vieja laucha.
Entonces, los ratones felices se fueron a potrerear en el fresco de la noche.
AL ESTE DEL PARAÍSO
Argentina es el lugar del paraíso. No uno sino muchos paraísos. Durante mi infancia los veía florecer en las calles de mi pueblo marcando el inicio de la primavera.
Años más tarde, cuando vivía en la calle Carbajal en Buenos Aires, enfrente de la casa había un paraíso moribundo. Miserable pero verde.
Agonizaba entre el cariño de los gatos vagabundos del barrio, y la poca o nada agua en tiempos de sequía.
Cuando llegaba la primavera se alborotaba con nuevos brotes, como una vieja dama digna.
Una tarde de verano salí a la calle y el paraíso estaba envuelto en llamas.
No lo pensé ni un momento y comencé a cargar baldes de agua, que arrojaba uno tras otro sobre el paraíso ardiente.
Los de la mansión venida a menos, a quien pertenecía el árbol, se asomaron al balcón para mirarme.
Y yo seguía cargando baldes hasta que no pude más.
El paraíso quedó chamuscado. Alguien lo arrancó por la noche y al día siguiente en su lugar solo había un hueco.
Como una muela removida, en esa esquina sin raíces, murió el paraíso.
Mi voluntad no alcanzó para salvarlo.
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* Los microrrelatos «Nueces», «Vino» y «Cebollas» pertenecen a Come, este es mi cuerpo (Último Reino, 1991) en tanto «Hipatia», «Mamá amasa la masa», «Sueño de una noche de verano» y «Al este del paraíso» provienen de Microcósmicas (Macedonia Ediciones, 2015).
Esther Andradi
Esther Andradi es escritora argentina, reside en Berlín y Buenos Aires. Ha publicado crónica, cuento, microficción, poesía, ensayo y novela. Es autora de las novelas Tanta Vida, Sobre Vivientes y Berlín es un cuento y editora de la antología Vivir en otra lengua: literatura latinoamericana escrita en Europa. El reportaje literario Mi Berlín. Crónicas de una ciudad mutante y su libro de ficciones breves Microcósmicas son sus títulos más recientes.