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Más allá del límite

José María García Linares

 

 

  

Si bien el pensamiento racionalista, occidental y cartesiano, se encuentra muy cómodo en las oposiciones, digamos, clásicas, binarias, del tipo amor/dolor, vida/muerte, luz/oscuridad, niño/adulto, hombre/mujer, etc., la propuesta poética de Olga Novo en Felizidad (traducción del gallego Feliz Idade y primera obra completa de la autora en edición bilingüe), Premio Nacional de Poesía 2020, pretende trascenderlas para posibilitar espacios nuevos de reflexión, de indagación y de lectura. Los textos que lo componen pertenecen a distintas épocas vitales de la autora, como la propia Novo confiesa en la «Carta proemio» que dirige a su hija Lúa. La concepción-nacimiento de la niña y el deterioro-muerte del padre se convertirán en dos experiencias cardinales del sujeto poético que darán sentido a todo el libro. Los poemas serán los que construyan hilos y puentes necesarios (que conectan la memoria con el presente y el futuro) para comprender que no es posible la vida sin la muerte, que no existe el amor sin el dolor, y por eso la poesía es tan necesaria «para poder sobrevolar la oscuridad y darle sentido», como podemos leer en uno de los textos fundamentales, el titulado «Murciélaga (símbolo de la felicidad en China)».

 

Tras esa carta, «FOGONAZO» nos ofrece un primer y único poema que funciona como pórtico. Es el primer latido de la hija concebida, el terremoto que provoca, los ecos de otro tiempo que atesora, la vida que se alza desde lo más profundo. La segunda parte, «POESÍA EN POSICIÓN FETAL» está compuesta por una serie de textos en los que composición poética y maternidad parecen fundirse y hacerse indistinguibles. La creación como experiencia determinante coagula en poemas en donde la «amapola hormonal» de «Poesía polinizada» o la «revolución hormonal» de «Intrahistoria» embellecen y sacuden la existencia del sujeto lírico, pero sobre todo desatascan su mirada y su memoria, es decir, hacen posible un ver distinto y un vivir distinto que se traducen en una experiencia de duración distinta, como parecen decirnos esos poemas que acabamos de citar: «Aquel día / donde la niña alucinada y la mujer de la aldea / se fundieron en una / sentí / que me atravesaba la extensa línea del pasado / como si yo fuese una puerta abierta de par en par en el bucle del tiempo / y viniesen a mí las esporas sutiles de las existencias / a arremolinarse alrededor (…)» («Poesía polinizada») o «Y yo empiezo a entender / que solo esta revolución hormonal / cambia para siempre mi historia» («Intrahistoria»).

 

La transformación de la voz lírica es, por tanto, inevitable, como leemos en «En la llegada de la primera locomotora», un texto en el que esa nueva vida que está formándose parece condensar el tiempo en su propio desarrollo: «Tu tatarabuelo se ganaba la vida / excavando por las noches un túnel / por el que pasó el primer tren que llegó a Ourense. // Del mismo modo siento tu azada en mi carne / abriendo paso entre capas calcolíticas de nervios / (…) Procedes / de todas las direcciones más íntimas / atrayendo mi existencia a la creación de la tuya / transformándome en un hueco en el cosmos / (…) Lloro / con un placer extendido / igual que un túnel abierto por primera vez / en el centro exacto de la noche del mundo».  Cuerpo y voz, por tanto, cualitativamente distintos. La mirada que se despliega desde aquí, entonces, condiciona la lectura de la vida y la escritura del mundo.

 

Es el de Olga Novo un sujeto-mujer que escribe-vive para comprender y trascender los límites impuestos por cualquier tipo de lógica, pero sobre todo por la patriarcal, de ahí la relevancia del poema «El poder no puede». Si los límites del lenguaje son los límites del mundo, que decía Wittgenstein, la poética de Novo deviene esfuerzo titánico de superación y trascendencia de esa limitación, es decir, será necesario superar los límites del lenguaje para poder trascender el mundo dado o el mundo impuesto. Contra el discurso de poder será imprescindible extraer de lo más profundo del sujeto lírico las claves fosilizadas de lo humano para poder iluminar y levantar un discurso-otro con el que poder hacerle frente: «El poder… / lo intenta, / de veras intenta hacer desvanecerse el rocío que produzco cuando canto / aniquilar el poema proletario que trabaja sin descanso en mis sueños / (…) Lo intenta / de veras intenta arrancar de mí las malas hierbas / como si yo fuese un trozo de tierra envenenado tan solo / porque procreo belleza. / Y cuanto más me interno en la vida más me expulsa del mundo / e intenta / borrar mi voz de las frecuencias del aire / y que de mí no quede ni rastro de mí. / (…) Pero el poder no puede traspasar una placenta / por más que lo intenta / no puede adivinar siquiera el remolino que está formando / tus huellas digitales / (…) Mi niña / el poder no puede / sospechar siquiera / cómo la rima interna del laurel / marcará el compás de la primera palabra que digas / en mi vientre / (…) Vamos / las dos / arrastradas por arados de música al final de la voz al principio de la vida / porque ¿acaso / no teme el poder acaso la célula madre / de la alegría?».

 

Ese esfuerzo de desvelamiento e iluminación parece tener su origen en la certeza de que, para hablar con la hija, la voz poética necesita hacerlo «en el lenguaje que no sirve / en el silencio de la sílaba primera», como leemos en «Lo inefable», uno de los textos fundamentales de la tercera parte, titulada «LÚA BAJO EL ÁLAMO». En estos poemas asistimos a la transmisión entre la madre e hija tanto de una sabiduría ancestral y familiar («Tú no lo sabes, / pero hay un árbol que no existe / cuya sombra te protege. / (…) Tú no lo sabes, pero sus ramas / atraviesan el aire que respiras. / (…) Todo gira entonces alrededor de ti», del poema «Lúa bajo el álamo») como del modo de entender y de asumir la vida que va llegando a cada momento, y esa manera de leer el mundo será la del amor, aquello que pretende ser la mejor herencia. En ese mismo texto titulado «Lo inefable» podemos leer: «Antes / acudían a mí las palabras enganchadas a arados del cerebro / (…) Antes / creaba chispas juntando dos vocales / como si un mechero llameara en medio de la garganta / y con eso yo podía / hablar la voz / de los seres inertes que venían a mi mente a buscar refugio / Ay / pero eso era antes / Ahora amo con exactitud hormonal / (…) Ahora / miro extasiada mientras duermes / (…) Y hablo en el lenguaje que no sirve / (…) te deseo que seas amada locamente / y que ningún poder pueda / amainar nunca / tu / Feliz / Furia». La representación de la transmisión entendida como comunicación de lo oculto la iremos viendo a lo largo de todo el libro mediante distintas modulaciones, como la genética, la sangre o el conocimiento. 

 

Es, por tanto, una cuestión decisiva, quizá una de las claves de lectura que se articula, sobre todo, en la sección IV, la titulada «ZONA TIGRE». Para Olga Novo la poesía es esa región-otra en donde tiene lugar el diálogo con lo perdido, «Donde se junta una emoción con el raciocinio / y la palabra migratoria alza el vuelo / siguiendo la bandada del lenguaje» («El copo de nieve de Koch»). Esa comunicación es posible porque la poesía es condensadora de tiempo, como podemos leer en «La cosecha de patatas»: «la poesía llegando a un instante en que se condensan todos / y así puedo vivirte de manera simultánea / sin temor a perderte en la materia / al final de la mañana que nunca termina / en la cosecha de patatas / siendo yo niña». Más allá del lenguaje verbal, la poesía hace posible lo incomunicable y lo impronunciable, es decir, es capaz de trascender el límite del propio código lingüístico, y por eso en repetidas ocasiones el ADN y la sangre familiar desbancan al idioma como sistema comunicativo, pues en ellos la memoria y los afectos pueden hablar con absoluta libertad, y así «Y yo que trabajo en la transformación del poema en perfume / comprendo el sentido último de la sublimación y sé / que voy contigo en este otro estado de tu materia que / como la poesía / habita más allá del límite» («Mientras la hierba crezca»). Perfume, pues, como sublimación, como lo no visible y perceptible, como lo que sugiere y lo que escapa.

 

Lo poético queda, pues, configurado como estrategia de resistencia y de supervivencia más allá de los límites, también, de la memoria y del propio cuerpo, puesto que posibilita no solo el diálogo con la hija, sino también con un padre enfermo que va perdiendo el habla, la orientación y los recuerdos. Es en el espacio del poema en el que, a través de un ejercicio profundo y doloroso de introspección, el sujeto poético es capaz de asumir y comprender, de escuchar en el lenguaje del silencio y del olvido y de extraer una nueva palabra, otra sintaxis que posibilita, evidentemente, una comunicación diferente, en este caso salvífica y restauradora. El poema titulado «Anquises» es muy significativo a este respecto «Porque al fin / papá / te diriges a mí sin orden en tus órdenes / y deshaces la sintaxis igual que desgranabas habas / y todo cobra el sentido profundo de cuando no tiene lógica / ni está sometido a nada», pero también podemos encontrar la misma tesis en otros textos como «Hablar en Paxariño»: «Por eso / cada vez que abandono el lenguaje verbal / y cojo su mano entre mis dedos / aún sentimos juntos / las veinte toneladas de haces de hierba y de maíz / (…) los ciento cincuenta caballos del tractor y algún amor / regresa de repente / del centro comunal de alguna feria / y todavía su pecho me habla en paxariño / y sobre la punta de los pies de mi mente / entro / de la mano de mi padre / al Paraíso». Por eso el hallazgo poético, esta morfosintaxis de lo imposible y de lo inefable, es decisiva para combatir la pérdida física. No hay negación, sino superación, integración de la muerte en la vida de quien es capaz de recordar, de restaurar, de comprender, y así «El infinito me conmueve y vivo en tu muerte / la dicha de no perderte / para siempre / mientras la hierba crezca / mientras la hierba crezca» («Mientras la hierba crezca»). 

 

«DE LA BELLEZA INDÓMITA», la quinta sección de Felizidad, no solo es un hermosísimo canto a la creación poética, sino también la confirmación absoluta de que vida y poesía son indistinguibles para el sujeto poético. La hilazón entre ambas va más allá de la lógica racionalista, como ya apuntaba el poema «Lo verdadero» de la sección «LÚA BAJO EL ÁLAMO». La referencia a María Zambrano ya nos estaba indicando cuál era el sendero por el que íbamos a transitar, si bien es ahora cuando cobra toda su importancia: «Porque no se pasa de lo posible a lo real / sino de lo imposible a lo verdadero / como decía María Zambrano intuyendo tus brazos recién nacidos / y tu inteligencia de bebé conectada solo con la verdad // (…) el amor te concibió a ti / como la poesía se allega rumiando a la mente de quien la acepta / libre y radical / a alimentarse de sus adentros / porque no se pasa de lo posible a lo real // sino de lo imposible a lo verdadero».

 

Zambrano propuso a lo largo de su obra filosófica reformar la razón que había hecho oídos sordos a lo irracional. Mediante la negación del Cogito ergo sum cartesiano indagó en una noción alternativa a la razón, esto es, una razón apasionada que da un sentido nuevo al ser y a la vida. Lo que Zambrano propone es apostar por un nuevo uso de la razón consciente de su relatividad y de la precariedad del saber, una razón que es sabedora de su insuficiencia para agotar el ámbito de lo real. La razón poética propone un modo de conocimiento alternativo, ágil, anárquico y fluido que es, a la vez, una opción de vida, una «forma de apertura a la realidad que, delicadamente, la hace hablar, que escucha con atención su latir, que sin abandonar las verdades racionales cuida y atiende con ternura maternal todo signo de vida humilde y necesitada», como señaló en su día Silvia Navarro Pedreño en su Saber femenino, vida y acción social (2017: 125).

 

Esta razón poética es la que le permite a la voz lírica sostener que «por esto era feliz: / saber con conciencia de saber / que sola la poesía mueve objetos a distancia», en «Levitación» (ya estamos de nuevo en la sección V), y «Pero ahora / ah, pero ahora escucho con toda nitidez / a los treinta y seis años / la música de la resina / aquello que no oí en la tuba del silencio mientras nazco / la armonía profunda de las partículas biliares / la sangre que bombea el cielo / (…) el delicadísimo encaje de hielo de la voz que amo / y se derrama sobre mi sino. // Sobreviví y sobrevivo porque veo la belleza y va conmigo. / Sobreviví y sobrevivo porque la belleza me ve y voy contigo», en «36 cumpleaños». Una mirada que levanta nuevos sentidos y subvierte lo impuesto, como podemos leer en poemas como «Salvaje mente», «Calipso canta» o «Existencia». Una mirada que es, como decíamos unas líneas más arriba, a la vez poesía y vida: «Solo el poema que escribo callada es capaz / de anonadarme hasta tocar ese oxígeno denso / ese canal extraño / esa vida plena / que acoge los sueños y la muerte / en la que vence el amor a la existencia a la materia a la palabra / en la que vence el amor (…)» («La valkiria de las vacas»).

 

En la sexta parte del libro, «AMOR ES», encontramos nuevas formulaciones de algunas de las cuestiones que hemos señalado con anterioridad, si bien ahora matizan, concretan o amplían sus significaciones. Desde el principio del libro las experiencias del nacimiento de la hija y de la pérdida del padre han sido determinantes. Ahora, en «Enigma», la voz poética afirma que «La vida / que no vivimos para vivir preguntándonos quiénes somos / sino para entregar a otros el soplo ferozmente hermoso que hace de nosotros / una red de estrellas y de músculos que sienten / una criatura que alcanza el conocimiento cuando ama…». El amor es, pues, una forma de conocimiento, una fuente de la que beber, una de las materializaciones de la razón poética. Un amor que se da «En la hora / en que la razón entra en razón por medios intuitivos». Desde lo intuitivo o lo premonitorio, el sujeto poético bascula entre presentes, pasados y futuros, y así es capaz de avanzar retrocediendo, de comprender lo que vendrá desde lo que parecía haberse ido. En ese sentido, el poema «Eclipse de corazón» es un valioso ejemplo de la condensación temporal de la que hablábamos en otros textos anteriores: «Me descalzo y echo a andar sendero atrás / bosques a la contra vientos transidos / toda yo soy un tapiz donde quedan fijadas aves en pleno vuelo / e ida la niñez voy a hablarle al gluten en la lengua del grano / y te digo una cosa bonita / que leerás en el futuro / mientras lavo almidón en el mar / y el amor asciende gloriosamente a la corteza del centeno / y oscurece el día: / eclipse de corazón / total», de ahí que en «Brasas» insista el yo poético en que «El tiempo se comunica conmigo / por sondas subterráneas / apenas entiendo nada salvo la fiera sentimental / que gruñe allá en el fondo de tu oído interno».

 

La sección termina con el poema «Amor fou», cuya vinculación con el surrealismo de Aragon y Bretón es más que evidente. Si habíamos dicho hace un momento que el amor era una forma de conocimiento, su locura en este texto es una forma de vivir capaz de despejar la sombra y la neblina, pues, como insiste una y otra vez, todo lo demás será literatura (entendida como lo prosaico, enfrentada siempre a lo poético. Distinción, como se ve, muy clásica): «Ah, mi amor / mi amor loco / mi completa felizidad / (…) Y todo lo demás literatura. / Y todo lo demás / literatura».  Cargados de imágenes y potentísimas asociaciones, los versos despliegan toda una lógica poética que late más allá de los límites de la razón científica, más allá de la sintaxis de la vida cotidiana, de ahí que el sujeto lírico sostenga que «(…) la poesía era todo / lo que no se ve lo que no se escribe lo que no se cuenta / ni se sabe».

 

Si todo lo demás es literatura, lo que no lo es lleva por nombre el mismo término que titula el libro, y por eso la última sección, «ARMONÍA FRACTAL», contiene un solo poema breve que lee: «FELIZ / COMO UN HELECHO».

 

El final, como no podía ser de otra manera en este libro, con su ir y venir, «ir y quedarse y con quedar partirse», conecta directamente con el principio, con la «Carta proemio». La poesía es un acto radical de vida. La vida, un acto radical de amor. Y el amor es fertilidad, profundidad, revelación y lucidez. Es, en definitiva, felicidad.

 

 

 


José María García Linares

 

José María García Linares (Melilla, 1977) es poeta, ensayista y crítico literario. Es autor de los poemarios Oposiciones a desencuentro, Neverland, Muros, Novela Negra, Palabra iluminada, Entonces empezó en viento y Cántico. Ha realizado varias ediciones sobre la poesía de Cayrasco de Figueroa, así como diversos estudios de poesía contemporánea. Ejerce semanalmente la crítica literaria en el diario granadino Ideal.