· 

Microrrelatos

Patricia Esteban Erlés

 

 

 

MANDERLEY EN LLAMAS

 

Nos despertó el fuego. Sobresaltadas, mi hermana y yo vimos arder la casa de muñecas de la abuela en una esquina de nuestro cuarto. Conseguimos sofocar el incendio con las almohadas y nos asomamos al interior como dos gigantas temblorosas. Las llamas habían oscurecido el papel pintado de las paredes y había un reguero de muebles, como huesos de pájaro carbonizado. Tosíamos al llegar a la escalera. Los ojos vacíos de los espejos reflejaban solo un rastro de cenizas flotando en el aire y con los meñiques tiramos abajo la puerta de cada una de las alcobas del segundo piso, temiéndonos lo peor. La solitaria inquilina de porcelana, viuda desde que a mi hermana se le resbalara su esposo de entre los dedos, apareció ahorcada de la araña de cristal de su dormitorio.

 

 

 

 

LA GEMELA FEA

 

Te peinaré siempre que tú me lo pidas, le decía la gemela fea a la gemela guapa, asumiendo su papel de pequeña doncella condenada a las sombras. A la gemela guapa le gustaba escuchar cerca la respiración perruna de su hermana, saberla despierta en la oscuridad las noches de tormenta en que velaba su sueño. Te prohíbo dormir, le decía, no te duermas antes que yo, y si viene el monstruo, tiene que comerte a ti primero y me avisas mientras te esté devorando para que me dé tiempo a escapar. La gemela fea agitaba la cabeza. Obedecía y aguantaba la respiración, le anudaba el lazo del vestido, lustraba sus zapatos blancos de charol, cualquier cosa que ella le pidiera era una orden, el deseo irrevocable de un ser perfecto, de esa versión idealizada de sí misma, la que estuvo a punto de ser y no fue. La gemela fea continuó peinándola cada noche, alisando cada mechón de su cabello una y cien veces ante el espejo, aunque la gemela guapa llorara bajito y le dijera que ya no, que por favor ya no. Sorda, como la lealtad de un perro que no deja de amarte ni muerto.

 

 

 

 

EL HOMBRE EQUIVOCADO

 

Te casaste con el hombre equivocado, pero nadie pareció darse cuenta, ni siquiera tú te percataste de que algo raro estaba ocurriendo, hasta que él giró la cabeza, al mismo tiempo que los doscientos invitados de vuestra boda, para verte entrar en la iglesia, cogida del brazo de tu padre.

 

Ese hombre no era tu novio, y él lo sabía, estaba escrito en el filo de la sonrisa cicatriz que asomó a sus labios mientras tú te acercabas por el pasillo central, cada vez más espantada. Viste a la madre de tu novio llorando a su lado, como un enorme pastel fucsia, pero él no era su hijo y tú empezaste a temblar. Sentiste que el corpiño de tu vestido de novia se agarraba a tus costillas, asfixiándote. Uno de los violines de la marcha nupcial se puso a chillar, desafinado. Quisiste salir corriendo de allí, pero tus zapatos de charol blanco roto te empujaron en la dirección contraria. Solo dos pasos te separaban del altar, levantaste los ojos hacia la cúpula y te encontraste con el rostro horrorizado de un ángel precipitándose al vacío desde lo alto, enredado en los pliegues color plata de su túnica.

 

Un paso más y tu padre soltó su brazo del tuyo, arrojándote contra aquel falso prometido. Todos guardaron silencio, tú hubieras querido desmayarte para poder huir, pero en cambio te quedaste quieta, mientras el cura te amordazaba con sus palabras. El hombre equivocado te miró con ojos vacíos y viste cómo una araña atravesaba corriendo su pupila derecha cuando él tomó tu mano y ensartó en el anular la alianza pálida que habías elegido con tu novio. Entonces, casi como en un sueño, escuchaste susurrar a otra que no eras tú, sí quiero. 

 

 

 

 

PRIMERAS MAESTRAS

 

Supimos de la perfección por nuestras muñecas. Aprendimos de ellas los rizos inmóviles, las rodillas juntas si se usa falda, una sonrisa discretamente tintada de geranio y la mirada de vidrio limpio que debe mostrarse a los adultos con traje. Aprendimos también que ellas iban a sobrevivirnos, que vigilarían nuestra ausencia desde el mismo estante imperturbable, como gárgolas de habitación infantil. Nos enseñaron la muerte y ese día decidimos cambiar las reglas del juego, sonriendo, amables mientras tirábamos hacia atrás un poco más de la cuenta, al cepillar sus lustrosas cabelleras de niñas sombrías. 

 

 

 

 

KILLER BARBIES

 

De niña me convertí en una asesina en serie. En cuanto mis amigas se daban la vuelta o salían del cuarto de juegos para buscar la merienda, liquidaba a sus Barbies. No podía dejar de mirar sus ojos azul azafata mientras tiraba hacia arriba de la cabellera rubio platino, apretando los dientes. Un golpe seco y aquella zorra era ya dos cosas distintas, monstruosas, para siempre. Seres extraños, las muñecas. Supongo que nadie me hubiera creído. Cómo explicar que era una Nancy, pasada de peso y en camisón de española de provincias, la que cada noche me susurraba, apoyada en mi almohada, que así era mejor para todas.

 

 

 

 

LA TRAIDORA

 

Cuando por fin junté el valor para despedirme le conté a mi muñeca que nos quedaban pocas tardes de juego. Por primera vez desde que la conocía guardó silencio. Esperé un tiempo prudencial. No reaccionó y entonces le susurré muy trágica que había escuchado al doctor decirles a mis padres que me estaba muriendo de tuberculosis. Tuberculosis, silabeé. Me quedaré muy flaca y escupiré sangre en el pañuelo sin parar. Ni siquiera cumpliré once años. La muñeca asintió, negligente, y volvió los ojos helados hacia algo que estaba situado a mi espalda, quizás en dirección a la estantería de mi hermana pequeña. Aquella misma noche, mientras me acostaba, le confesé a mi madre con una extraña voz de adulta que había decidido con cuál de mis juguetes quería ser amortajada.

 

 

 

 

PRIMER PLATO

 

Poco después llegó la muerte. Todos la vimos trepar por tu pelo, pero bajamos los ojos y seguimos comiendo. Rezando en voz baja para que se conformara contigo.

 

 

 

 

CARNE FRESCA

 

Me encanta abrir el frigorífico y que tú estés ahí.

 

 

 


Patricia Esteban Erlés

 

Patricia Esteban Erlés es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza . Ha publicado tres libros de cuentos (Manderley en venta, Abierto para fantoches y Azul ruso) y un libro de microcuentos (Casa de Muñecas, ilustrado por Sara Morante). Sus textos han sido antologados en diversos volúmenes colectivos. En 2017 ganó el Premio Dos Passos de novela con Las madres negras.  En 2019 apareció una recopilación de sus columnas periodísticas titulada Fondo de armario. En 2020 fue una de las cinco finalistas del Premio Internacional Ribera del Duero con su libro de relatos Ni aquí ni en ningún otro lugar, que será editado en la segunda mitad de 2021 por Páginas de Espuma.