Raúl Brasca
AHAB Y LA BALLENA BLANCA
La ballena blanca era un animal resentido por su alba peculiaridad que la segregaba de sus congéneres y la condenaba a deambular sola y rabiosa por los océanos. Algo muy similar le pasaba a Ahab. Pudieron haberse comprendido, pero prefirieron odiarse el uno al otro para distraerse del odio a sí mismos que ambos se profesaban.
DUELOS
La monstruosa sirena griega posó sus garras sobre la roca que emergía del agua, plegó las alas y comenzó a cantar. La barca puso proa hacia ella.
Una sirena diferente, con una poderosa cola de pez, surgió del mar a popa y se tendió en otra roca no muy distante. Era hermosa y tenía pechos grandes. Sus cabellos verdes resplandecían al sol. Cuando hizo oír su canto, la barca invirtió el rumbo y fue a su encuentro.
La griega no se arredró. Ella pertenecía al aire y el aire produjo una brisa suave que llenó con su voz los oídos de los tripulantes y llevó lejos la de su rival. Los remeros bogaron de nuevo hacia la emplumada, aunque por poco tiempo, porque el mar respondió con una corriente que orientó la nave otra vez hacia la bella.
Fue así como el duelo de sirenas se hizo duelo de elementos.
Cuando la barca amenazaba ir hacia la griega, la corriente se volvía más vigorosa y no la dejaba avanzar. Cuando parecía desplazarse en el sentido opuesto, un vendaval frenaba las olas. Pasaron los días. Los remeros, hambrientos y exhaustos, languidecían sin lograr que la nave se desplazara. Las dos sirenas, fieles a sus dioses tutelares, seguían cantando. Cantaron sin cesar hasta mucho después de la muerte del último tripulante. Solo cuando la vejez y el ajetreo del viento y el agua hundieron la barca, la griega remontó vuelo y la bella volvió a las profundidades. Sin embargo, sus voces mágicas aún resuenan en ese lugar.
SUPERYÓ
Iba por la mitad de la cuadra cuando me vi venir doblando la esquina. Sin duda yo venía por mí y mi cara me acusaba. Como siempre que me pasa esto, tuve miedo de mí mismo. También como siempre, no logré pasarme de largo ni hacerme rebotar. Irreparablemente, me metí en mí y me declaré culpable.
MUJER QUE AMA
Él citó a Canetti, dijo: «la felicidad, ese despreciable objetivo vital de los analfabetos». Ella se encogió de hombros, lo amaba, admiraba su desapego de todas las formas de consuelo, su obstinación en desmantelar las trampas, su afán por ser en la verdad absoluta. Pero pensaba que la felicidad bien valía el analfabetismo.
HOMBRE QUE PIENSA
Pienso en las migraciones. La magnificencia de una bandada inmensa de pájaros que de golpe levanta vuelo para recorrer medio planeta, el intimidante abandonar la caverna de millones de murciélagos en busca de temperaturas más benignas, la monumental traslación de las ballenas que cruzan el océano para reproducirse, la entereza de los grandes pueblos que atraviesan el desierto para alcanzar una ribera.
Pienso, más precisamente, en la multitudinaria compañía que vence a la soledad en el ruido de muchas alas, en la tibieza de cuerpos que se abrigan, en la alegría de ir todos en la misma dirección.
Porque quiero poder siempre seguir a la manada, no ser nunca un ave vieja que sucumbirá al invierno, ni un murciélago al sol que desespera, ni una ballena en la arena mientras el agua se aleja, ni un hombre triste que ha perdido el paso y mira impotente cómo se le va el mundo.
TODO TIEMPO FUTURO FUE PEOR
Anoche se sobrepuso a las balas que lo acribillaron y huyó de la policía entre la multitud.
Se escondió en la copa de un árbol, se le rompió la rama y terminó ensartado en una verja de hierro. Se desprendió del hierro, se durmió en un basural y lo aprisionó una pala mecánica. La pala lo liberó, cayó sobre una cinta transportadora y lo aplastaron toneladas de basura. La cinta lo enfrentó a un horno, él no quiso entrar y empezó a retroceder.
Dejó la cinta y pasó a la pala, dejó la pala y fue al basural, dejó el basural y se ensartó en la verja, dejó la verja y se escondió en el árbol, dejó el árbol y buscó a la policía.
Anoche puso el pecho a las balas que lo acribillaron y se derrumbó como cualquiera cuando lo llenan de plomo: completamente muerto.
LONGEVIDAD
No son las parcas quienes cortan el hilo ni es la enfermedad ni la bala lo que mata. Morimos cuando, por puro azar, cumplimos el acto preciso que nos marcó la vida al nacer: derramamos tres lágrimas de nuestro ojo izquierdo mientras del derecho brotan cinco, todo en exactamente cuarenta segundos; o tomamos con el peine justo cien cabellos; o vemos brillar la hoja de acero dos segundos antes de que se hunda en nuestra carne. Pocos son los signados con posibilidades muy remotas. Matusalén murió después de parpadear ocho veces en perfecta sincronía con tres de sus nietos.
TRIÁNGULO CRIMINAL
Vayamos por partes, comisario: de los tres que estábamos en el boliche, usted, yo y el «occiso», como gusta llamarlo —todos muy borrachos, para qué lo vamos a negar—, yo no soy el que escapó con el cuchillo chorreando sangre. Mi puñal está limpito como puede apreciar; y además estoy aquí sin que nadie haya tenido que traerme, ya que nunca me fui. El que huyó fue el «occiso» que, por la forma como corría, de muerto tiene bien poco. Y como él está vivo, queda claro que yo no lo maté. Al revés, si me atengo al ardor que siento aquí abajo, fue él quien me mató. Ahora bien, puesto que usted me está interrogando y yo, muerto como estoy, puedo responderle, tendría que reconocer que el «occiso» no solo me mató a mí, también lo mató a usted.
ALMAS
La idea de que todas las almas preexisten a todos los hombres es recurrente en la literatura. Amado Nervo dijo que el cuerpo no es más que un medio de volverse temporalmente visible y que todo nacimiento es una aparición. Alberto Moravia imaginó las almas apiñadas en el aire, como en un colectivo a la hora pico, prontas a encarnarse en la primera oportunidad. Hay almistas que afirman que su cantidad, incalculable pero no infinita, ha permanecido invariable desde el principio de los tiempos y que el día en que los humanos vivos la alcancen, las mujeres parirán monstruos. Felisberto Hernández dice que no, que las almas se reproducen.
CONTRARIEDAD
Hace unas horas era una mariposa que revoloteaba sobre la cabeza de un chino dormido. Después me desperté y fui un dinosaurio. ¿Soy un dinosaurio que recuerda haber soñado que era una mariposa sobrevolando a un chino o una mariposa que sueña ahora que es el dinosaurio que lo mira dormir? Chuang Tzu, soñador de este dilema, despierta y constata molesto que el dinosaurio todavía está allí. Intuye las incansables multitudes que repetirán esta pueril solución del bello enigma y lamenta amargamente su inoportuno despertar.
___
* Los microrrelatos «Ahab y la ballena blanca», «Duelos», «Superyó», «Mujer que ama» y «Hombre que piensa» pertenecen a Las gemas del falsario (Cuadernos del Vigía, 2012), en tanto «Todo tiempo futuro fue peor», «Longevidad», «Triángulo criminal», «Almas» y «Contrariedad» provienen de Todo tiempo futuro fue peor (Thule Ediciones, 2004).
Raúl Brasca
Raúl Brasca es un microficcionista, cuentista, antólogo y crítico argentino. En España ha publicado Todo tiempo futuro fue peor (microficciones), Últimos juegos (cuentos), De mil amores (antología de microficciones), Las gemas del falsario (microficciones). Su producción ensayística se encuentra reunida en Microficción: cuando el silencio toma la palabra (Lima, 2018). En su país ha publicado una veintena de libros. Creó y dirige desde 2009 la «Jornada Ferial de microficción» evento de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. En 2017 recibió el «Premio Iberoamericano de Minificción Juan José Arreola» instituido por la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México y el Seminario de Cultura Mexicana.