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Notas sobre traducción y calabazas hokkaido

Daniel Bencomo

 

 

 

 

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En estos días me pregunto cuál es la casa que aguarda al poema luego de ser traducido. Esa casa podría ser la lengua de llegada; pero también podría no haber casa, solo un cielo ambulante, una lengua que llega.

 

 

 

 

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Una lengua que llega, una fuerza que late en el poema traducido, que pugna por efectuarse, por tener un efecto en la lengua a la que se traduce, esto es, en la lengua meta o lengua de llegada.

 

 

 

 

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¿Tiene un hogar verdadero el poema traducido? ¿Es una tierra, de entrada rara, es cielo de metales pesados? ¿Cuál es su extensión medida por resonancia, qué sonda puede saberlo en las viejas frecuencias de la fidelidad, en los campos de asteroides del ritmo? 

 

 

 

 

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Del trabajo a la casa pedaleaba en el núcleo del verano a un costado de campos de calabaza hokkaido, una variedad de la Cucurbita maxima: pequeñas bombas naranja, de plexo carnoso y un núcleo saturado de semillas, notas de nuez en el gusto. Las vi reposar en el suelo junto a mis botas llenas de lodo; mientras pasaba por aquí, pude verlas crecer desde el verano agobiante hasta bien entrado el otoño. Ellas también tienen su historia de traducciones, como especie y como individuos. Me acerco brevemente a Wikipedia, conecto uno de mis slots libres con su fuente, sana por impura, de información. La Cucurbita maxima tiene su origen en otra especie arcaica, en algún punto de Sudamérica hace más de 4000 años. En algún momento, ejemplares de esa especie fueron llevados a Europa y luego de Europa a Japón por marinos portugueses en el siglo dieciséis. Luego los estadounidenses llevaron otra variedad a mediados del diecinueve [1]. A través de las corrientes de hegemonía y asimetría de los imperios, estos frutos circularon por los ensambles técnicos, lingüísticos, económicos que urdían el mundo en aquellos momentos. En las primeras décadas del siglo veinte se encuentra ya la variedad hokkaido como tal en los mercados japoneses. En algo así como un siglo florece a diestra y siniestra aquí, en los campos de los cultivos del suroeste alemán. Hay en todo esto una historia permanente de traducción, que involucra distintos lenguajes de entrada convertidos a través de múltiples gestos: negociación, revelación, metabolismos diversos, violencia, procesos minúsculos o inconmensurables, que a la postre cristalizan en frutos, frutos de una variedad que está disponible en un espacio y un tiempo y que valdría como una lengua de llegada. Si se acepta tal analogía, también hay múltiples lenguas que siempre están llegando a la lengua de llegada: hay tantas versiones de la calabaza hokkaido como tantas costumbres agrarias, técnico-científicas (o costumbres científicas), tierras, sabiduría de las tierras, subsidios estatales, ánimos de lluvia, pesticida o su ausencia, disposiciones éticas y culturales de quien comercia y cultiva. Hay calabazas orgánicas, pero también las hay que se nutren de aguas y nutrientes cuya procedencia no se asume, de entrada, como pura. Cada calabaza puede pensarse como un evento de traducción y, si a esto le buscásemos un paralelo en el acto de traducir poesía, podríamos proponer que al traducir poesía pugna por frutecer una lengua que llega, que pretende alcanzar definitivamente la lengua de llegada. 

 

 

 

 

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Plantearse la traducción del poema como una lengua que llega en la lengua de llegada. Al menos como una lengua que quiere, que se anuncia por llegar a la lengua.

 

 

 

 

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Lo único que tengo es el recuerdo de mi mirada perpleja ante el naranja fulgurante de un fruto inmanente, en la inminencia de un verano que concluye. Mis botas y mis ojos llenos de lodo.

 

 

 

 

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Quizá el poema traducido no tenga un hogar verdadero. El hogar del poema traducido podría ser la pura resonancia, el aire en los belfos de sus lenguas posibles, de sus lenguas que llegan.

 

 

 

 

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¿Tiene un hogar verdadero el traductor, la traductora de poesía? No tiene una, tiene muchas lenguas que potencialmente llegan.

 

 

 

 

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El poema traducido tiene derecho a corromperse en el ojo de quien lo lee. Tiene derecho a corromperse con el paso del tiempo. Tiene derecho a las mil y un versiones de los hechos de sí mismo. A sus formas diversas de Cucurbita maxima. En sus mil y un millones de tierras de cultivo. 

 

 

 

 

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Quien traduce puede reservarse el derecho de encontrar su sitio en todo esto. Y en términos de calabazas hokkaido, lo único que podríamos pedirle es que no atente contra el fin, el festín del cultivo, que es a fin de cuentas, una cultura en torno a un fruto de piel resplandeciente, en apariencia dura pero igual de dulce y comestible que su carne. El asunto de su consumo ya no está del todo en sus manos, puede darse como acto de sobrevivencia o placer puro; o bien podría consumirse, bajo un régimen de realidades distinto, en el acto ritual del don, del sacrificio, de la comunión.

 

 

 

 

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La reflexión, que quizá para alguien parezca un tanto forzada, de la traducción y el cultivo de hokkaidos, no tiene la intención de apuntalar una idea bien conocida, la de que todo es traducción [2]. No me interesa estar en paz con esto, ni dejarlo como sentencia incolora. Me parece más llamativo atender algunas implicaciones que de ahí se desprenden, por ejemplo, abordar la traducción como un asunto más amplio que una operación entre dos lenguas —sea que se le considere como mero trasiego de significantes o como operación poética. Y que este abordaje nos conduzca a advertir la naturaleza mediada que existe en infinidad de prácticas humanas, en las cuales hay fenómenos de traducción entre lenguas, medios y sistemas simbólicos, materialidades. Que nos advierta también la naturaleza de perspectiva en cada práctica, el cariz singular de su anamorfosis, es decir: su forma de ser cultivo, que puede tener un carácter intensivo o extensivo [3].

 

 

 

 

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Calabazas hokkaido, frutos de un naranja reverberante, bajo un cielo pizarro cargado de lluvia, me invitan a pensar en la traducción de poesía como un tejido complejo de elementos materiales y simbólicos provenientes de distintos espacios y tiempos, configurando una presencia, re-presentándola. La traducción de poesía redefine, y al hacerlo trae en cierto modo a una nueva presencia los elementos que vincula: autor y poema original, cifrados en una lengua y una materialidad de partida, son redefinidos en una lengua que llega, en otra materialidad del poema en una lengua de llegada, en un tejido distinto, rehilado bajo las condiciones técnicas, materiales, espirituales, de su momento concreto y de los sistemas de poder bajo los que acontece.  Quien traduce es el artífice indispensable del nuevo entramado [4].

 

 

 

 

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Al igual que con el fruto del cultivo, el acto de traducir un poema actualiza todos los elementos en él implicados. Quizá provenientes de tiempos y espacios remotos, comparecen entre otros autor/a, el poema original, lengua de partida, la idea de traducción y la lengua de llegada, todos renovados en la fuerza de una lengua que llega.

 

 

 

 

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No toda calabaza hokkaido llega a la plenitud en lo pleno del verano. No todas las lenguas que llegan tocan tierra en la lengua de llegada.

 

 

 

 

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El poeta y filósofo alemán Daniel Falb propone que en el poema se imprime una plástica social [5], esto es, que el poema representa una composición de momentos de lenguaje —imperativos, narrativos, discursivos— y yo añadiría, puramente estéticos. El lenguaje del poema teje en su materia elementos diversos, tanto materiales como simbólicos, en una tensión y un patrón determinados, nos muestra un «enjambre estructurado de prácticas cotidianas relacionadas» que acontecen en un espacio cultural. Si seguimos esta idea, ¿qué acontece en el acto de traducción de poesía con la plástica social del poema por traducir?

 

 

 

 

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La traducción, imagino, opera como una caja de transmisión al rojo vivo, que transmite la fuerza de esa plástica social en una forma poética que es diferente por necesidad. Los medios de expresión, el material lingüístico, la fauna de símbolos que lo rodean son distintos. Sus condiciones materiales pueden ser muy distintas. Al traducir se transforman los momentos del lenguaje de salida en un momento extraño, momento de torsión, de tracción de lenguaje nuevo, lengua que pugna por llegar en la lengua de llegada. Inmerso en nuevas redes, nuevos tejidos intertextuales, interdiscursivos, intersimbólicos [6], el poema traducido abre zonas de mescolanza en que dos plásticas sociales se ponen en contacto. En ellas, una composición de momentos de lenguaje —que reflejaba un enjambre estructurado de prácticas sociales relacionadas— se transforma en un nicho, en herida o protuberancia, en otro enjambre vivo de un espacio cultural distinto. Es forma, es fuerza expresiva abriéndose a nuevos medios y materiales de expresión. 

 

 

 

 

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De forma parecida a los cultivos de hokkaido, lo que se transmite en la traducción de poesía puede ser una forma de culto, cultura, cultivo extensivo o intensivo, que puede obedecer a intenciones distintas. Puede intentar integrarse a la lengua de llegada, ajustarse armónicamente a sus ecosistemas literarios dominantes, acompasándose lo más que puede a las nuevas condiciones, abriéndose paso con sutilidad, quizá aprovechando el peso de una maquinaria cultural y simbólica que le acompaña desde su espacio cultural inicial, quizá en consonancia con los nuevos intereses del mercado. O bien, puede intentar acceder como un corto circuito, como una protuberancia, quizá microscópica, quizá metastásica, que puede abrir fisuras a nuevas posibilidades de reflexión. Y para ello puede ser muy útil abrirse a nuevos soportes, a nuevas posibilidades de edición y circulación. Entre ambas posiciones tienen lugar muchísimos ejercicios de traducción poética. Debo decir que me apasionan más los que se acercan a la segunda idea, la que procura más la forma intensiva que la extensiva.

 

 

 

 

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Para cosechar frutos de hokkaido hay que ejercer el arte de su cultivo; lo mismo vale para traducir poemas.

 

 

 

 

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La traducción de poesía como un corto circuito, cada vez que se atreve a repensarse, a re/presentar sus distintos elementos, tales como autor/a, traductor/a, texto original y texto traducido; también cuando se atreve a repensar su materialidad y los esquemas más o menos bien cimentados en que esa materialidad se soporta. Pienso en la traducción en plataformas en línea como un gesto necesario, como un gesto que ha refrescado, al menos desde hace 15 años (véanse los blogs de Ezequiel Zaidenwerg o Paula Abramo; pero también las revistas Jámpster, Vallejo y Co., la desaparecida Transtierros y Poesía de la Universidad de Carabobo, entre muchas otras), nuestras nociones de la práctica. 

 

 

 

 

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La posibilidad de traducir poesía, a micro y macro escala, en distintos puntos, en distintos momentos, por muy distintos actores. Como una práctica para fortalecer, enrarecer espacios poéticos concretos, ecosistemas locales, que apuntan a posibilidades distintas a las de cualquier idea de world literature [7]. Que apuestan por una economía distinta de diálogo y circulación. 

 

 

 

 

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En la práctica de traducción, no solo de literatura, sino de un amplio espectro de prácticas culturales, podría encontrarse la clave de otros paradigmas más humanos, de otras economías de comunidad y relación con lo que nos rodea. 

 

 

 

 

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Traducir poesía no para alcanzar alguna forma de universalidad, sino para poner en contacto, poner en fricción, propiciar nuevas zonas de mezcolanza entre una pluralidad inmensa de mundos y de representaciones del mundo que vienen a cuento en la poesía.

 

 

 

 

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Plantearse la traducción de poesía como un nudo de estrategias, algunas que domestican, algunas que enfatizan lo ajeno del poema que se traduce [8]. Este balance de fuerzas determina en cada caso la intención del traductor/a respecto a la lengua de llegada, determina la fuerza propositiva de su lengua que llega.

 

 

 

 

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Los espacios y culturas nacionales parecen acometidos por fuerzas muy diversas de erosión. Algunas de ellas abren líneas para replantear lo humano desde la esperanza, otras tantas portan la amenaza de un pulso que uniformiza, que privilegia la cultura extensiva, la mcdonaldización de todo resquicio en el mundo. En casos concretos, el nacionalismo reincidente aparece como efecto del miedo a la devastación que él mismo empolló, y que han llevado a cabo sus doppelgänger transnacionales. Y aunque cierta parte de la producción simbólica en distintos espacios culturales —al menos en Occidente— tiende a compartir rasgos y gestualidades —como en el caso del meme—, las lenguas y los contextos mantienen su fuerza, sus ecos diferenciales —como también podría ilustrar el caso de los memes... y el de la poesía. Esos ecos pueden potenciarse, volverse ecos de ecos, nuevas armonías, en la cámara de resonancia de la práctica de traducir poesía.

 

 

 

 

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Por eso, mientras los espacios nacionales tienden a erosionarse, los espacios lingüísticos se expanden, son fructíferos y sedimentan en distintos filones, vetas vivas y singulares y nunca uniformes. La producción poética es amplia y diversa en muchísimas lenguas. En un momento donde abundan los espacios digitales, las materialidades y las posibilidades mediales, los imagino un territorio abierto a la exploración para quienes traducen poesía.  

 

 

 

 

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La traducción de poesía no es una práctica puramente humana, acontece a través de conectar múltiples elementos no-humanos. Quien traduce, como hemos dicho al ensamblarse con estos elementos, puede asumirse como un cyborg. Esto —que para algunos puede parecer una obviedad— no es nuevo ni característico de nuestra época, pero ante ciertos horizontes vale considerarlo: aunque disfruto la poesía hecha por bots, y no niego la posibilidad de que la poesía sea escrita en su momento puramente por robots [9], y aunque en poco tiempo los softwares de traducción podrán hacer una labor pulcra al traducir poemas, valoro el gesto, muy humano dentro de su condición cyborg, del traductor/a que se decide a traducir poesía porque sí, o porque considera que hay que hacerlo, también porque hay gozo al momento de escribir poesía a partir de poesía, de hacerse cargo de ello. Es la decisión humana lo que más que disfruto al leer un poema bien traducido.

 

 

 

 

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Y pienso en lo sano que es, para una lengua, sentir el pulso de distintas lenguas de origen en el pulso de traducciones diversas, que a su vez portan el gen de otras tantas lenguas que llegan. No solo privilegiar aquellas lenguas de origen que mantienen una hegemonía como centros culturales, sino también de aquellas que, por distintas razones, permanecen como núcleos ricos en minerales, tierras raras por descubrir. Como sana también es la traducción de más poetas mujeres y poetas que optan por otras posiciones en torno al género, la apertura de nuevas galerías de espejos donde, como proponía Diana Bellesi [10], puedan encontrar su propia genealogía más y más poetas.

 

 

 

 

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Tarea por expandir es la traducción de aquellas lenguas que, en espacios culturales atravesados por una diversidad lingüística, han sido desplazadas hasta estar cercanas a su aniquilamiento; tal el caso de las lenguas indígenas en México, donde en muchos casos los poetas, artífices de su lengua, tienen que autotraducirse al español [11]. Acompañar, custodiar sin ánimos de dominio esas lenguas que llegan desde tales lenguas originarias; operar en esa horma vacía, darle cuerpo a la figura traductora ausente. 

 

 

 

 

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He anotado estas ideas en torno a la traducción de poesía cual si observara una calabaza hokkaido, la sembrase con preguntas, o volviese a lanzar sus semillas por suelos distintos. Mis notas, además de descuidar bastantes ángulos, tienen una pizca de optimismo, de buena voluntad y, no lo pongo en duda, también cierta cuota de ingenuidad. Esta tarde de invierno, paso en el tren frente a los mismos campos. No hay frutos naranjas, no hay cultivos; apenas, en algunos campos, persisten la col y ciertas variedades de lechuga, que han ocupado el espacio desde el otoño tardío. Por ahora reposan los campos, lucen yertos salvo un par de ellos y, justo en el umbral de la tarde, no deja de alegrarme verlos recorridos de tanto en tanto por grupos errantes de corzos, a plena luz del día que culmina.

 

 

 

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Notas:

 

[1]. https://de.wikipedia.org/wiki/Hokkaidok%C3%BCrbis 

[2]. Cfr. Paz. Octavio, (1978), Traducción: Literatura y literalidad. Tusquets. 

[3]. Cfr. Cronin, Michael (2013), Translation in the digital edge. Routledge, p. 70ss; Lash, S. (2010) Intensive Culture: Social Theory, Religion and Contemporary Capitalism, London: Sage.

[4]. Cfr. Latour, Bruno, (1998), «How to be iconophilic in Art? Science and Religion?», en:  Jones C./ Galison P. (eds.), Picturing science, producing art. Routledge, pp. 418 – 440.

[5]. Cfr. Falb, Daniel (2011), «Grammatik des Denkens», en: Cotten, A., Falb, D., Jackson, H., Rinck, M., & Popp, S. Helm aus Phlox. Zur Theorie des schlechtesten Werkzeugs. Merve Verlag. (La traducción de los pasajes de Falb es de Daniel Bencomo).

[6]. Cfr. Locane, Jorge, (2019), De la literatura latinoamericana a la literatura latinoamericana (mundial), De Gruyter, p. 205 ss.

[7]. Cfr. Bellesi, Diana, «Género y traducción», en: Bradford, Lisa, (comp). Traducción como cultura. Rosario, Beatriz Viterbo.

[8]. Cfr. Venuti, Lawrence (2013), Translation changes everything, p. 174 ss.

[9]. Cfr. Venuti, Lawrence (1995). The translator’s invisibility. Routledge, p. 20 ss.  

[10]. Cfr. Gache, Belén, ¿Qué es la poesía (para un robot)? Disponible en: belengache.net 

[11]. Cfr. Del Ángel, Diana/Ortiz Maciel, Mariana (2018). «Panorama de la poesía mexicana contemporánea escrita en lenguas originarias», en: América sin Nombre, n.º 23 (2018): 109-121.

 

 

 


Daniel Bencomo

 

Daniel Bencomo (1980, San Luis Potosí). Como traductor de poesía de lengua alemana ha publicado Últimas noticias de la zona aleatoria de Ron Winkler (2018), La calma entre el cero y el uno de Björn Kuhligk (2015) y Canon previo a la huida de Tom Schulz (2015). Poemas de Hugo Ball, Ingeborg Bachmann, Friederike Mayröcker Hans Arp y de distintos autores actuales como Lutz Seiler, Steffen Popp, Maren Kames, Nadja Küchenmeister aparecen, en su traducción, en plataformas como la web Lyrikline de la Haus für Poesie Berlin. Su libro de poesía más reciente es La mutación de Lo en Lo (2018) al que preceden Espuma de Bulldog (2016); Alces, Rejkyavik (2014) y Lugar de Residencia (2010), con el cual obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino en México. Vive actualmente en Alemania.