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Crear universos a través de la palabra o 'Música para un Arjé'

Pablo Sergio Alemán Falcón

 

 

 

 

En otras reseñas hablamos de la poesía como el producto de la mirada del artista que encuadra todo aquello que le pulsa y lo enmarca a través de la palabra. En cuanto a este producto, dependiendo de los factores que inciden en ella, es una experiencia de escritura, una inmersión en el bosque dantesco, en la que el poeta no solo se expresa, sino que dialoga, viaja, medita, reflexiona… En fin, crea un itinerario de ida y vuelta en el que más adelante se tendrá que internar el propio lector de poesía, un ente más dentro de este juego que llega a ser tan activo como la voz poética que reproduce este periplo.

 

Por eso, sin querer desentrañar la obra, ya nos llama la atención el título del poemario Música para un Arjé de Antonio Arroyo Silva, publicado por Ediciones La Palma. Y es que por un lado tenemos a la música, hermana y madre de donde se originó en un pasado la poesía y de la que hereda algunos de los aspectos que nos resultan imprescindibles como, por ejemplo, la concepción de la obra poética como una partitura en la que el compás es imprescindible para todo lector. De la misma manera, la introducción del ritmo poético que, en la evolución de la literatura, se ha pasado de la combinación de sílabas breves y largas a ritmos de pensamientos como así lo demostró la poesía pura de Juan Ramón Jiménez. Por el otro, tenemos el concepto «Arjé» proveniente de la antigua filosofía griega y que se relaciona con el comienzo del universo a través de los elementos naturales. 

 

Con todo, creemos que Música para un Arjé nos invita a observar el comienzo de un nuevo cosmos a través de la poesía misma, de la que nos regala la voz del poeta y que comienza con el «Introito», una parte compuesta de doce poemas en el que aparece entre algunos trasuntos el mismo hecho poético o, más concreto, ese acercamiento a la verdad sin poder asirla, como nos indica el poema número 8:

 

Mi único anhelo,

siempre tan cerca, siempre tan lejos.

Nunca podría asirte, sería

como morir. Misterio mío. Ahí 

tu luz esmerilada

al fondo de un pasillo blanco. Tú

eres lo menos parecido

a la belleza, pero eres la belleza

que anhelo no alcanzar. 

 

Con este texto podremos ver en la voz poética una de las grandes premisas en el estudio de la literatura de Jorge Rodríguez Padrón y es la importancia de la sintaxis o, si nos ponemos algo más científicos, en las relaciones sintagmáticas con que se construye este Arjé, dejando adverbios y pronombres que invitan a ese no anhelo hacia la certeza, hacia la no certidumbre que es el verdadero objetivo del poeta.  Así, otro texto es el dedicado a Elsa (creemos que a Elsa López), muy interesante por la presencia de la mujer dentro del trasunto principal del libro:

 

Mujer 

que rompe el lacre

del arcano

 

desvela desnudez

detrás de lo sellado 

incluso el palimpsesto 

de otra desnudez

 

pero nunca el motín

previo a la zozobra

de las naos

antes de ser escrita 

la bitácora incierta. 

 

Y es que, si la mujer era dadora de alimento, es decir, la que procuraba el alimento a los poetas, como ocurría en Libro del observatorio de Sergio Barreto, en este caso, esta nos procura la claridad más allá de toda ocultación poética, llegando a rizar el rizo con los versos «incluso el palimpsesto / de otra desnudez».

 

En la siguiente parte, ya entrado en esta magna partitura, nos encontramos con un título bastante evocador, «Boleros de la distancia», haciendo otro juego de conceptos como se realiza con el título principal del poemario y que ya el autor había trazado en el anterior libro. Hablamos de la distancia geográfica, sí, pero no como algo negativo: es la identidad del poeta que da un paso más allá, buscando el matiz y profundizando en términos que son parte de su cosmovisión. 

 

Así, podemos encontrarnos con el quinto poema en el que aparece la maresía, una invariable, una materia definidora de la literatura de nuestras Islas y que se desarrolló, repetimos, como una de las grandes partes de Bahía Boriquen

 

La maresía,

esa niebla del mar cuando sube

la marea y cuando se retira, traza

cuerpos. Olas con plumas lamen

el malecón como pájaros que anidan

en la sal y en la nieve del aire. 

Ella, el velo delante y detrás

de los ojos: la maresía. 

 

Desde luego la sintaxis sirve de base para dotar al poema de un contexto circular, siendo además un estado del que se parte luego para convertirse en un destino al que se quiere llegar, en este caso, el vaivén de las olas que nos envuelve en maresía. De igual forma tenemos el sexto poema, creemos que de bellísima factura, en el que se ahonda en la oposición presencia/ausencia en relación a la distancia, repetimos, un material muy definidor en la poética del autor.

 

La ausencia, la presencia;

el estar, el no estar. Tanto la vida

como la muerte las contienen. Tanto

irse como volver y quedarse,

tanto quedarse estando ausente

como volver y hallarse sin el hueco

dejado de presencia. Se va el mar,

la resaca se lleva lejos este óxido

que camina en la orilla de la playa. 

 

Así nos metemos en la taumaturgia que nos brinda la poesía a través de la unión de términos que, en el uso corriente de la lengua, sería muy extraño verlos juntos. Y no es para menos: aquello que decía Jean Cohen en su obra Estructura del lenguaje poético y que nos habla del desvío de lo corriente lo trae Arroyo Silva a través de «Rapsodia de la cercanía». Además, también hay que detenerse en el concepto de «cercanía» y, para ello, nos acercamos al tercer poema en el que nos aporta algunas pistas importantes: 

 

La cercanía no es amor ni odio,

es solo contingencia del azar,

pues se odia y se ama desde lejos

y han matado por ambas circunstancias

y de cerca también han matado

por defecto de formas, por insidia.

 

No es carencia del uno ni el otro:

al odio no le falta amor, y el desamor

no es odio. No saber

es mejor que saber. Amarte, aquí,

en este instante: basta indefinirte

y odiar lo que me quitas. 

 

En este caso, se observa de nuevo el trato de la distancia concretado a través de este concepto y que nos hace pensar en la raigambre del individuo fuera de sus raíces, creando incluso más sentimiento de cercanía que en su estancia natural. Así también nos lo hace ver en el sexto poema de esta parte a través de la repetición de «la cercanía» al principio de cada núcleo de versos.

 

Pero en este Arjé no se nos deben olvidar los elementos naturales con los que se crea el universo y este comienza con el elemento líquido. En este sentido, «Balada del agua», la cuarta parte del poemario, nos traza otro concepto en la condición poética y, quizás, humana, que es la sed constante, el suplicio de Tántalo que nos obliga a buscar el agua, aunque sepamos que no la encontraremos sino en nuestros adentros:  

 

Agua de la sequía, ni la ausencia

te pudiera beber ni el pensamiento,

acaso, te pudiera pensar. Yo no sé

de ese hueso que el agua dejó

en tierra, sus meandros, nervaduras,

esas huellas calizas de haber sido

el trasiego de muertes que llegaron

del mar. Cierro los ojos:

te veo en mis entrañas, no saciando.

 

El concepto del agua se relaciona con la vida, pero también con la claridad, un elemento puro en donde se construye lo humano. En ausencia de nosotros mismos, la mirada del agua, de aquello de lo que estamos hechos, nos orienta y nos trae de vuelta, aunque sea en nuestros pensamientos: 

 

Un sesenta por ciento de agua  

tiene el cuerpo, el vestido que lo cubre 

olvida el manantial que mana donde 

la lluvia es como el aire. 

Quítatelo y respira. Sumérgete en la sombra 

que tanto niegas.

 

Pero no solo de agua vive este poemario, también se temperamenta de otros elementos que se hacen notar en otros tipos de textos, más ligeros, pero también más intensos. Así, comenzamos con los textos que componen «Lied del aire», o esa composición en la que se mezcla lo poético y lo musical para crear algo nuevo. En este caso, bajo la materia del aire:

 

De tu respiración

me debes, Aire,

una calada. Dámela ahora

o juro

que esparciré cenizas

sobre tu atmósfera. 

 

Mientras, volvemos a destacar la enorme importancia de la combinación entre los elementos naturales del aire y del agua en la voz poética: 

 

El agua te sosiegue en la conquista, 

te dé la mano y acoja en el sosiego 

la última bocanada de mí 

que inhales. No somos aire, 

somos el humo 

que a la muerte sisamos. 

 

El siguiente elemento se puede leer en el título de la siguiente parte, «Madrigal del fuego», en la que recogemos otro de los muchos poemas de bella factura que conforman el libro y nos avisa sobre el goce estético que produce el proceso de la composición poética: «Arden las catedrales / del poema. Nerón toca la lira». En este sentido, otra cuestión a subrayar es la unión del concepto «madrigal» con el fuego y que esperamos que el autor nos lo conteste más adelante. 

 

Y acabamos con el elemento natural de la tierra con la última parte del poemario, «Spleen de la tierra». En este sentido, creemos que hay una relación entre este elemento y la creación física del ser humano y del mismo universo, como se puede desprender del segundo poema de esta parte:  

 

Dale forma a este cuerpo, tierra mía,

el barro, el polvo, el mineral,

el hombre, la mujer, las bestias,

las manos, las pezuñas, lo que repta,

lo que camina, lo que nada, lo que vuela,

que se evapora, que ama, que muerde,

que acaricia. El hollín,

el feldespato, el cuarzo, la mica

el barro, el polvo, el hueso, acaso el alma,

los conceptos y axiomas, lo inasible,

lo que procede de los mil demonios,

la tierra donde yaces, la tierra que hiciste tuya,

la tierra donde pones los pies y te da forma

para tocar el cielo. 

 

 

En resumen, está bastante claro que la voz poética, en su afán de mostrar aquello que le pulsa, es un creador de mundos a través del mundo mismo. En este sentido, Antonio Arroyo Silva ha decidido darle orden y concierto a esta creación partiendo de dos enfoques, la forma y la sustancia, dos aspectos que ya hemos mencionado al principio de nuestra intervención. Primeramente, la forma de la música como manifestación máxima de la expresión poética y, en segundo lugar, la sustancia conformada por los cuatro elementos, pero también un concepto que me parece crucial para entender el comienzo de Música para un Arjé, que es la distancia como un material definidor de la entidad poética que nos habla. Con todo, un mundo con mayor orden y taumaturgia que el que vivimos los simples mortales –los que luego se convierten en artistas– como en estos tiempos de real incertidumbre, más si cabe en la Isla de donde procede la editorial del poemario.

 

 

 


Pablo Sergio Alemán Falcón

 

Pablo Sergio Alemán Falcón (Arucas, 1980) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y profesor de Lengua Castellana y Literatura en el IES Lomo de La Herradura. Como filólogo ha coordinado algunos coloquios sobre literatura canaria a través de la iniciativa «Entre palabras» y ha participado como ponente en el I Congreso de Relaciones Internaciones entre Canarias y América. Ha publicado los poemarios Madera y metal (2015), Aquel lejano lugar (2018) y Apenas en descenso (2020). Colabora en el blog de reseñas literarias El marcador de libros.